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viernes, 29 de enero de 2016





LA VOLUNTAD INQUEBRANTABLE DE CREAR EN JOSÉ LEZAMA LIMA


 ÁLBUM CULTURAL LA CRÓNICA
UNA RED EN EL ENCUENTRO Y EL HUMANISMO

















EN UN PAÍS QUE DESPIERTA CON OLOR A CAFÉ, EL ÁLBUM CULTURAL LA CRÓNICA COMPARTE LA OBRA DE LEZAMA LIMA



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.













Editor: Héctor Pirela Zambrano

Publicaciones iniciadas por Facebook el día 28 de Septiembre del año 2012.





José Lezama Lima.



(La Habana, 1912 - 1976) Poeta, ensayista y novelista cubano considerado, junto a A. Carpentier, una de las más grandes figuras que ha dado la literatura insular. Nació en el Campamento de Columbia, cerca de La Habana, donde su padre era coronel. Ya en la capital participó en los alzamientos estudiantiles contra la dictadura de G. Machado e ingresó en la universidad para cursar la carrera de derecho. En toda su vida sólo abandonó la isla durante dos breves estancias en México y Jamaica. Entre sus actividades divulgativas, fundó la revista Verbum y estuvo al frente de la tribuna literaria cubana más importante de entonces, Orígenes, de la que fue fundador, con J. Rodríguez Feo, en 1944.-







SON DIURNO



Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura, 
como el órgano que se rodea de un fuego 
húmedo y redondo hasta el amanecer 
y hasta un ancho volumen de fuego respetado. 
Ahora que tu voz no es la importuna caricia 
que presume o desordena la fijeza de un estío 
reclinado en la hoja breve y difícil 
o en un sueño que la memoria feliz 
combaba exactamente en sus recuerdos, 
en sus últimas, playas desoídas. 
¿Dónde está lo que tu mano prevenía 
 y tu respiración aconsejaba? 
Huida en sus desdenes calcinados 
son ya otra concha, 
otra palabra de difícil sombra. 
Una oscuridad suave pervierte 
aquella luna prolongada en sesgo 
de la gaviota y de la línea errante. 
Ya en tus oídos y en sus golpes duros 
golpea de nuevo una larga playa 
que va a sus recuerdos y a la feliz 
cita de Apolo y la memoria mustia. 
Una memoria que enconaba el fuego 
y respetaba el festón de las hojas al nombrarlas 
el discurso del fuego acariciado.




Ah, que tú escapes

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.

Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.





LA VOLUNTAD INQUEBRANTABLE DE CREAR EN JOSÉ LEZAMA LIMA



Por Alfonso Alegre Heitzmann


► Explicar el mundo mediante un complejo sistema poético fue la gran ambición de Lezama Lima. A 25 años de la muerte del autor de Fragmentos a su imán, Alegre Heitzmann, director de la revista española de poesía La rosa cúbica, describe las estaciones de ese proyecto y visita la obra caudalosa del poeta cubano.


Con usted, amigo Lezama, tan despierto, tan ávido, tan lleno, se puede seguir hablando de poesía siempre, sin agotamiento ni cansancio, aunque no entendamos a veces su abundante noción ni su expresión borbotante.


— Juan Ramón Jiménez (La Habana, 1937)




◘► Cuando se cumplen 25 años de la muerte de José Lezama Lima, el "peregrino inmóvil", como él mismo gustó denominarse, que en vida apenas abandonó su casa de La Habana, la ya mítica Trocadero 62 —axis mundi por el que pasaron algunos de los mejores escritores de nuestro tiempo—, no cesa de viajar, secretamente. Su exigencia extrema: "Sólo lo difícil es estimulante —escribió—, sólo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento". La voluntad inquebrantable de crear un sistema poético del mundo que no acabara en la obra literaria sino que cambiara la realidad, que la hiciera de nuevo habitable en la poesía, es hoy realidad tangible en una obra que se ofrece al lector que quiera o sea invitado a penetrar en ella como imagen de imágenes, o, en lenguaje lezamiano, como potens, como posibilidad infinita.


En una nota hasta hace muy poco inédita, Lezama escribe: "El alma se da en la sombra", y precisa: "frase oída a un guitarrero cubano". Acudir a Lezama Lima, entrar de nuevo en su obra, es siempre penetrar en la luz a través de la sombra, en la infinita sorpresa, en el asombro, en la fulguración oscura. No importa que lo que leamos sea un poema o un ensayo, una entrevista o una anotación de su diario, una carta o una breve nota en un cuaderno de apuntes. Nada es aquí gratuito; todo parece nacer de una sola realidad, de un universo plenamente coherente cuyo centro y razón de ser es siempre la imagen poética y el espacio vacío que la genera. Su "barroquismo", al que con mayor o menor fortuna suele referirse la crítica al hablar de su obra, es siempre —parafraseando a Antonio Machado— "ascua de veras". No hay, en realidad, "fuego de artificio"; tampoco hay "obra menor". Hasta la más pequeña anotación cotidiana, cuyo sentido necesariamente hoy se nos escapa, parece integrarse en el corpus de su obra del modo natural con el que se integrara en su vida: como parte preciosa de un todo de progresión infinita en el que la imagen nos lleva.




Todo está ya en el origen, todo late en él. Antes de cumplir los treinta años, Lezama es ya el poeta de voz personalísima (Muerte de Narciso, 1937), el ensayista que plantea con seguridad los fundamentos de su pensamiento poético (Coloquio con Juan Ramón Jiménez, 1937), y el creador de revistas admirables (Verbum, 1937). Cada una de estas y otras actividades contribuyen en él a la creación de un solo ámbito; espacio múltiple que encuentra su unidad plena en lo poético. Lezama ya es Lezama; su universo poético nace sin titubeos, se impone con voz propia desde el primer verso de su primer libro: "Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo". Hay un testimonio de excepción de esa madurez temprana del poeta que es a la vez el primer perfil del Lezama joven. Es el retrato que hace María Zambrano al recordar su encuentro con el poeta cubano, en 1936, recién llegada a Cuba desde una España en guerra:


Era alguien que tan joven, salido apenas de la adolescencia, no tenía que ser consolado ni animado para emprender carrera alguna. Vivía en el presente, cosa tan negada en principio a los jóvenes, presa como son de las dos dimensiones devoradoras del tiempo: el pasado y el futuro [...] Lezama vivía en esa difícil encrucijada, en ese punto que es el tiempo presente; un punto-espacio-tiempo al que hay que alzarse con una destreza que sólo la más sutil sabiduría proporciona y para la que los saberes no bastan.


Esa "sutil sabiduría" para la que "los saberes no bastan", a la que se refiere María Zambrano, es esencial para entender a Lezama, para comprender la originalidad de su universo poético y para trazar un retrato fiel del gran poeta cubano. Como ha señalado Cintio Vitier, a menudo se nos ha querido dar una imagen de Lezama "cultista" e incluso "libresca", cuando lo cierto es que su sabiduría es otra y en su obra, ya se trate de poesía, ensayo o narrativa, todo es vivencial. Uno de los objetivos principales de Lezama es precisamente destruir cualquier falso dualismo, y sin duda el primero que pone en cuestión es el que pretende oponer vida y cultura. "Cuando la vida tiene primacía sobre la cultura —afirma el poeta en el editorial del número uno de Orígenes—, dualismo sólo permitido por ingenuos o malintencionados, es que se tiene de ésta un concepto decorativo."




En Lezama toda labor literaria o cultural, emprendida siempre desde el rigor y la entrega, se desarrolla también bajo el signo del júbilo y de la celebración. Nada comparable, en ese sentido, a la aventura de las revistas literarias y a su fiesta matinal: "Cuando un número salía, parecía la vecinería de un barrio cuando sale el pan, en la fiesta de la mañana, con esa alegría que percibimos también en los coros de la catedral, cuando todos los barrios, todos los oficios, concurren al misterio de la alabanza". En la historia de la poesía en lengua española es este un capítulo fundamental. Entre 1937 y 1956, Lezama funda y dirige cuatro revistas: Verbum (1937), Espuela de Plata (1939-1941), Nadie Parecía (1942-1944) y Orígenes (1944-1956). Esas empresas son en gran medida obra personal del poeta, pero Lezama logra también en ellas la labor "coral", la celebración litúrgica, la unidad de lo diverso en el ceremonial de la amistad, la constelación de poéticas. "Era el espíritu venciendo una coraza de dificultades", declara Lezama. En sólo tres números y cinco meses de vida, Verbum esboza ya la imagen de lo que será la aventura que culminará en Orígenes; empezando por el autor que inaugura el primer número, Juan Ramón Jiménez, que acompañará al poeta cubano en todos sus proyectos editoriales. La estancia de algo más de dos años del poeta español en Cuba fue de gran importancia para los miembros de Orígenes y para la historia de la poesía cubana en general. Verbum se abre con un trabajo inédito de Jiménez y se cierra en noviembre de 1937 con un homenaje de Lezama a Juan Ramón: "Gracia eficaz de Juan Ramón y su visita a nuestra poesía". Es admirable, en ese sentido, la fidelidad del autor de Paradiso hacia el poeta español, sobre todo si lo comparamos con el magisterio de Juan Ramón en la España de los años veinte y treinta para con los poetas jóvenes y el progresivo distanciamiento, cuando no enemistad declarada, de la mayoría de éstos. Refiriéndose a ello, señala Lezama: "Pero la vida intelectual española, como la nuestra, es reticente y tendenciosa a la alevosidad, y era frecuente que quien se le acercara como un hijo después se alejara como un mercader, así todos sus enemigos fueron sus amigos", y, más adelante: "Como otros pocos de su estatura tuvo siempre que vivir en España acorralado, estilo que yo creo en su profundidad que le era necesario, pero entre nosotros se sentía transparente y como tocado por lo que los teólogos llaman la gracia fraterna". Leyendo el Coloquio con Juan Ramón Jiménez, vemos cómo el autor de Espacio dialoga con asombro y respeto con aquel joven poeta cubano de 25 años —"tan despierto, tan ávido, tan lleno"— de verbo inagotable, que le habla con conocimiento profundo y con infinita curiosidad intelectual de Lucrecio o de Dante, de Leibniz o de Descartes, de Mallarmé y de Valéry, o de conceptos tan singulares como el de una "teleología insular", con la madurez de un maestro. Porque Lezama, pese a su juventud, era ya entonces un maestro, y en torno a sí va reuniendo lo mejor de la poesía joven cubana: Gastón Baquero, Ángel Gaztelu, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego..., algunos de los cuales ya están en las páginas de la revista Verbum, mientras que otros se incorporarán al grupo en Espuela de Plata, iniciada al poco del fin de la primera, o en las revistas posteriores. Pero el magisterio de Lezama, como el de Juan Ramón, no busca imitadores sino poetas: "En él la influencia que perdura es la de la poesía, no de su poesía. Lo que movilizaba su presencia era la poesía, no su poesía". Estas palabras de Lezama sobre Jiménez revelan lo que él mismo significó para los poetas cubanos del Grupo Orígenes. La veneración de éstos hacia Lezama la descubrimos en las palabras de Fina García Marruz, la más joven del grupo: "Mi amigo poeta, el mayor de nosotros —se refiere a Gastón Baquero—, nos hablaba de él, cuando aún no lo conocíamos, con esa admiración secreta de la adolescencia, como una especie de rey oculto, que presidiese la ciudad que lo desconocía, invisiblemente". Del mismo modo, Cintio Vitier, en su novela De Peña Pobre —que él mismo describe como las memorias de Orígenes que Lezama les pidió—, traza un retrato inolvidable: "El Maestro estaba en la noche de universitarias columnas plantado como un rey de ajedrez en un tablero por el que nadie más que él caminaba [...] Su incipiente corpulencia, sin restarle todavía esbeltez, añadía distinción a su talento de príncipe de una dinastía perdida [...] Era solemne y no lo era. Era pedante, orgulloso, y no lo era. Estaba más allá de los adjetivos, de las caracterizaciones, en otro sitio".




En el verano de 1939 se publica el primer número de Espuela de Plata. En sus seis números encontramos ya el clima poético origenista: la presencia constante de la pintura en sus páginas, la traducción de la mejor poesía de su tiempo, la presencia de Juan Ramón —al que se le dedica un número monográfico—, así como la de Salinas, Jorge Guillén, María Zambrano y la de los poetas cubanos Virgilio Piñera, Gastón Baquero, Ángel Gaztelu y Cintio Vitier. Poco después, en 1944, Lezama no dudará en afirmar la existencia de "tres estados poéticos" fundamentales en Cuba; dos de ellos individuales, José Martí y Julián del Casal. "El tercero —nos dice— fue el momento de Espuela de Plata, en el sentido de participación poética; en un momento dado, cuatro o cinco hombres se precipitaron en el trabajo poético con un fervor y una vocación totales."





En enero de 1939 el joven Lezama le escribe a Cintio Vitier, aún adolescente, en los siguiente términos: "Continúese, consejo que yo también recibiría gustoso, y llegue a acostumbrarse a su misma sorpresa. A esto creo que Juan Ramón llama: seguro instinto consciente. Yo le llamaría nueva habitabilidad del paraíso por el conocimiento poético. Sabido es que el otro conocimiento fue el que lo hizo inhabitable". La poesía para el autor de Enemigo rumor es un medio de conocimiento, pero ese conocer debe pasar antes por un desconocer e incluso por un desconocerse. Aprender de nuevo todo en ese "continuarse", en ese avanzar que la imagen y el misterio de la expresión poética descubren.



Hay unas palabras de Pascal que Lezama cita a menudo y de cuya interpretación hace fundamento de toda su poética: "Como la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser naturaleza"; Lezama añade: "y nosotros hemos colocado la poesía en el sitio de ella". La verdadera naturaleza es pues, para Lezama, el paraíso perdido del que sólo la poesía puede devolvernos su habitabilidad. Las categorías de lo que Lezama llama su "sistema poético", con expresiones como: "azar concurrente", "eras imaginarias", "vivencia oblicua", "cantidad hechizada", "Eros de la lejanía", "método hipertélico", etc., que tan extrañas pueden parecer al lector que se inicia en su obra, no son parte de un "sistema", en el sentido tradicional del término, o de una teoría externa a la poesía, sino que nacen de la propia experiencia de ésta. El ámbito analógico que la imagen poética descubre se abre infinitamente a la naturaleza a través de la percepción; los sentidos se acostumbran a la sorpresa. La imagen más insólita se manifiesta en el hecho más cotidiano. Como en la poesía, los sentidos rompen ahora las barreras que los separan, la sinestesia vuelve a ser parte esencial de la naturaleza hasta en la realidad más cotidiana y en sus mínimos matices. Es lo que Lezama designa como "la vivencia oblicua", en la que los sentidos se abren al mundo para reconstruir un diálogo perdido. "Lo que me gusta y sorprende —afirma Lezama en una entrevista— son las inauditas tangencias del mundo de los sentidos, lo que he llamado la vivencia oblicua, cuando el timbre telefónico me causa la misma sensación que la contemplación de un pulpo en una jarra minoana". El desarreglo lúdico de los sentidos —la iluminación instantánea en el hecho más cotidiano: el sonido del timbre telefónico: ver en el oír— busca aquí, en realidad, recuperar o reconstruir un vivir analógico, mágico, poesía en la luz que nos fue arrebatada: "Al aumentar el hombre su longitud de onda —escribe Lezama—, sabe que su potencia se manifiesta en lo que he llamado la vivencia oblicua, que viene a decirnos que la imagen no se extingue, que nace en lo cercano inmediato y renace en el Eros de la lejanía. El verso de Martí: 'cesa, calla, reposa, vive' nos prepara para la sutileza del acto para el acto".



Esta es la verdadera dimensión del conocimiento poético de Lezama: la imagen pasa a ser parte esencial de la vida, encarna en ella, incluso en la más inmediata cotidianidad. La poesía se hace sorpresa venida, vivencia oblicua en la que los sentidos dibujan su insólita tangencia. Hay, en ese sentido y en palabras del propio Lezama, una "nueva causalidad" de la imagen, nacida de la necesidad de destruir la causalidad aristotélica para buscar lo que él denomina lo incondicionado poético. Nada más lejos de cualquier noción preestablecida de "sistema" como estudio filosófico al uso sobre la poesía. Para Lezama su sistema es un "sistema poético del mundo" que parte siempre, por tanto, de los elementos propios de la poesía, y él mismo nos advierte, repetidamente, sobre cualquier equívoco al respecto: "Siempre he creído que mi sistema poético es algo bello en sí, pero nunca he tenido la soberbia de pensar que es algo único. Sobre él, sitúo a la poesía".



El sistema poético de Lezama es un esfuerzo titánico por destruir las barreras entre lo interior y lo exterior, entre el mundo y su representación. Un "método hipertélico", que va siempre más allá de la finalidad, que busca superar cualquier determinismo o dualismo: "Para mí —afirma— no existe realidad ni recreación, hay imagen, es decir, creación".



Lezama era consciente desde el principio —según él mismo ha relatado— de la extrema dificultad de su empresa: "Entonces se me ocurrió hacer una temeridad, hacer una locura que fue mi sistema poético del mundo, que lo considero un intento de intentar lo imposible. Pero si en nuestra época no intentamos eso ¿qué es lo que merece la pena intentar? Lo que tenemos que intentar es eso, lo imposible". La cultura se constituye, para Lezama, en parte esencial de la vida, es "una segunda naturaleza tan naturans como la primera". El ámbito que la poesía ha abierto en la historia de la humanidad es parte esencial de la vida, de la naturaleza. Más aún: "La imagen es la causa secreta de la historia". Lezama intenta llevar esa concepción a su propia experiencia cotidiana y a toda su labor en la cultura. Todo forma parte de un solo universo regido por una sensibilidad extrema abierta en permanente asombro a la sorpresa, al azar y a la analogía.



En diferentes ocasiones, respondiendo a la pregunta sobre cuándo y por qué empezó a escribir, Lezama explicó cómo de la conmoción producida por la temprana muerte de su padre, cuando sólo tenía ocho años, nació en él una sensibilidad extrema a lo que está y no está, a lo visible y a lo invisible, al "latido de la ausencia". Ese vacío le hizo con el tiempo hipersensible a la presencia de la imagen. "Yo siempre esperaba algo —escribe Lezama—, pero si no sucedía nada entonces percibía que mi espera era perfecta, y que ese espacio vacío, esa pausa inexorable tenía yo que llenarla con lo que al paso del tiempo fue la imagen". Esa sensibilidad nacida del dolor de una pérdida es origen primero de la imagen poética porque lo es también de su estar en el mundo. Lezama aprende de la ausencia que la presencia del otro puede ser epifanía, y que en la realidad a veces encarna el milagro. Un perfil de Lezama debería acabar, por tanto, dejándonos al final, y en muy pocas líneas, la presencia, en la unidad, del hombre y del poeta. ¿Cómo conseguirlo? He hablado al principio de este artículo de la fidelidad del poeta cubano hacia quien fue su maestro. Quiero volver a ella. Frente a la imagen egocéntrica y poco simpática que se ha querido dar de Juan Ramón, especialmente en España, Lezama, atento a la presencia y a la luz del milagro cotidiano, fue capaz de mostrarnos, más allá de cualquier tópico, al hombre y al poeta en toda su humanidad y en todo su misterio: "Yo cuidaba mucho el honor que me hacía al visitarlo, se enfermó entonces de unas calenturas pasajeras y ya convaleciente lo vi aparecer en mi casa. Conversó con mi madre y mi hermana Eloísa con una sencillez poética incomparable. Entonces comprendí que era un ser hecho para ser querido, para la paternidad poética, la amistad misteriosa".



Bienaventurado el que tuvo maestro. Cuenta el autor de Paradiso cómo su generación, que siempre había tenido la nostalgia de no haber conocido a un gran poeta —oír la voz de José Martí o pasear por La Habana Vieja con Julián del Casal—, vio cumplirse sus deseos con la estancia de Juan Ramón en Cuba y con lo que supuso para los miembros de Orígenes su cotidiana cercanía. "La muerte de Martí —escribe Lezama— nos había dejado un ejemplo mayor, un hombre prodigioso a quien la generación posterior no había conocido, en el sentido de conversar, verlo atravesar una calle o comprar unos libros o unos bombones". Sólo eso: ver a José Martí atravesar una calle, comprar unos libros, unos bombones... hubiese sido suficiente. En la expresión de ese simple anhelo, o en la evocación de la visita del maestro a su casa, vemos nosotros ahora a Lezama, respiramos, como él quiso, en el ámbito asimilable de un gran poeta, en su presencia luminosa.-•


sábado, 23 de enero de 2016

MIGUEL ÁNGEL CAMPOS TORRES
EL PAÍSLE TIENE MIEDO AL MEA CULPA



 

ÁLBUM CULTURAL LA CRÓNICA
UNA RED EN EL ENCUENTRO Y EL HUMANISMO














EN UN PAÍS QUE DESPIERTA CON OLOR A CAFÉ, EL ÁLBUM CULTURAL LA CRÓNICA COMPARTE CON EL SOCIÓLOGO, PROFESOR UNIVERSITARIO, Y ESCRITOR (ENSAYISTA NARRADOR), MIGUEL ÁNGEL CAMPO.


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Héctor Pirela Zambrano

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BIOGRAFÍA




MIGUEL ANGEL CAMMPOS

◘ Sociólogo (LUZ, 1987), profesor universitario y escritor (ensayista, narrador), con residencia en el Zulia desde su niñez, caracterizado por su agudeza crítica y conceptual sobre la problemática literaria. Ha obtenido el premio de ensayo de la I Bienal Nacional de Literatura Mariano Picón Salas (1991), con La imaginación atrofiada y el premio Fundarte, mención ensayo literario (1994), con Las novedades del petróleo. Ha sido director-fundador de la revista Dominios, órgano de la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt, donde se desempeñó como docente y coordinador de cultura. Profesor de la Universidad del Zulia en la Escuela de Comunicación Social y director de la Revista de Literatura Hispanoamericana, en su segunda época, así como colaborador de Imagen y de otros periódicos y revistas del país. Se le otorgó el premio Regional de Literatura mención ensayo (1997), pero lo rechazó. ´Fue miembro de redacción del suplemento “Signos en rotación” del diario La Verdad. Estuvo a su cargo la selección, estudio preliminar y notas del libro Ensayos Escogidos, de Mario Briceño Iragorry, con motivo del centenario de su nacimiento (1997); participó en el libro colectivo El teatro Baralt y la ciudad (1998) con motivo de su reapertura.


Obra publicada: Tonos (1987); La Imaginación Atrofiada (1992); Andrés Mariño Palacio y el Grupo Contrapunto (1993); Las Novedades del Petróleo (1994); La ciudad velada (2001); Desagravio del mal (2005); La fe de los traidores (2005); Incredulidad (2009).entre otros.


De izquierda a derecha: Victor Vielma, profesor, ensayista y poeta; Dr. Jorge Garcia Tamayo, autor de textos cientificos, y novelista; Miguel Ángel Campos, sociólogo, y (ensayista narrador); María Antonieta Flores, profesora universitaria, ensayista, y poeta; Miguel Marcotrigiano, profesor, critico literario, ensayista, y poeta. 

OPINION.


MIGUEL ÁNGEL CAMPOS Y EL ARTE DE PREPUBLICAR

FRANCISCO JAVIER PÉREZ.

La altura de su quehacer reflexivo ha gestado una forma divulgativa rara por inteligente: la prepublicación. 


Ofrecimiento paulatino de sus intervenciones públicas o primeras señas de imprenta de sus escritos, Miguel Ángel Campos ha cosechado y cosecha un modo de mostrar su trabajo que hoy en día, cuando los escritores están tan pagados de su valía y tan urgidos de ver su nombre en letras brillantes sobre las tapas de libros con menos brillo, resulta singular y encomiable. Este maestro del ensayo ha escogido un primer destino para sus producciones, que no es otro que hacer reducidos tirajes individuales de sus textos para circularlos como andadura inaugural. Modestos en factura material, vienen acompañados del encantador refinamiento de las cartulinas escogidas, de las tipografías seleccionadas y de las viñetas e ilustraciones con las que estas ediciones se adornan. Separatas de libros que vendrán y no al revés, el autor las prodiga entre sus amigos y allegados como gesto de respeto por las distintas reuniones académicas y científicas a las que es invitado y como ejercicio de confrontación de ideas y pareceres entre colegas y estudiosos. 



Los maestros Miguel Ángel Campos y Alfredo Chacón.


Hijas de ese refinado arte de la folletería que fructificó durante el siglo XIX y buena parte del XX, hoy perdido gracias a la petulancia de los autores y al fomento de estirpes editoriales engreídas por sus grandes empaques, las colecciones de folletos guardan (ocultan) con celo inclemente algunas de nuestras grandes creaciones mentales de otro tiempo. Nacidas cuando publicar era asunto exclusivo y oneroso (tan distante de la publicadera facilonga del presente; caución de librería), los escritores de folletos cuidaban al extremo sus producciones, considerándolas como ediciones definitivas de muchas de ellas. El fetichismo del libro no existía y se cuidaba mucho la pequeña publicación pues ella vendría a ser, en definitiva, el único soporte en el que se propagarían, de mano en mano, esos escritos; en absoluto menores y nunca preliminares. La edición de separatas de artículos publicados previamente en revistas, hoy ya también una rareza, se asumía formando parte de esta valiosa tradición.


Las academias son actualmente de las poquísimas instituciones que siguen cultivando esta ruta editorial, al imprimir previos de los discursos y las intervenciones que se leen en sus honorables recintos. Memoria del pormenor de una actividad del pensar complejo y necesario, Campos la ha madurado y la ha personalizado como nadie, la ha acercado al oficio estético de editar y la ha prestigiado con textos que son referencia crucial de los rumbos complejos de su pensamiento. Armonizan con una gestión del trabajo intelectual que no sabe de loanzas críticas, de boatos publicitarios o de reputaciones fraguadas. Títulos de su autoría y evidencia de la dignidad de estas prepublicaciones serían: Cosmopolitis- mo y tradición: el ensayo venezolano (1940-1960) , Desagravio del mal (primera confrontación del que será después libro de título idéntico bajo el sello de la Fundación Bigott), La literatura cruel y, el más reciente, Gregarios e impunes (De cómo desea- mos el petróleo) .


Un arte de editar y divulgar que Miguel Ángel Campos ha redescubierto y embellecido.







"EL PAÍS LE TIENE MIEDO AL MEA CULPA"
Miguel Ángel Campos.


El ensayista dice que el venezolano ve el trabajo como un peso. “Quiere que lo ascienda sin haber hecho grandes esfuerzos”, ejemplifica.

José Ignacio Cabrujas habló sobre la viveza criolla en una conferencia en el Ateneo de Caracas en 1995. Se preguntaba -estupefacto- cómo podía catalogarse de viva una sociedad que había despilfarrado una de las más colosales fortunas por la renta petrolera y, sin embargo, vivía sumida en una crisis permanente. 

Una de las críticas más duras de Cabrujas se relaciona con la distorsionada cultura del trabajo del venezolano. “En Venezuela se paga mal, la relación entre salario y trabajo es caótica, es artificial. No hay una imagen del logro del trabajo, porque en Venezuela no hay imagen de riqueza, porque en los ricos, que podrían ser un paradigma de la imagen del trabajo como lo fue Ford para los americanos, no existe. El venezolano no tiene imagen del bienestar”, espetaba. 

El profesor jubilado de la Facultad de Humanidades y Educación, Miguel Ángel Campos, dice que el país necesita una reflexión que va más allá de ver la situación política, fuera de su condicionamiento forense.

 Desde las “profecías” de Úslar Pietri hasta las de Cabrujas sobre la viveza, se ha entronizado este mal que ha impedido una verdadera formación de ciudadanos. ¿Por qué?

El mal de la viveza para mí es la caracterización más estable del tipo medio del venezolano que tenemos a la mano. Desde 1958 hasta hoy se profundizó un acuerdo no ligado al Estado de derecho, y la sociedad espera todo del Estado porque tiene fe en un origen incierto en la representación, que cumplirá tarde o temprano. Esa fe viene del hecho de que el Estado administra la riqueza social y nunca se discutió en Venezuela su autoridad.


¿Cuándo inició el arraigo por la viveza?


 El venezolano sintió que dejó de ser la estrella del continente cuando la expectativa del bienestar no le llegó. Pensó que era un cuento, esa idea de que somos especiales, que tenemos lo mejor, que tenemos un origen noble, abierto, igualitario, de intercambio y que eso nos hacía diferentes. A fin de cuentas, entendió el autoengaño. De alguna manera, se reencontró con sus taras, he allí la abierta descomposición social de hoy -que va en la pérdida absoluta de la solidaridad, pasando por la violencia, la criminalidad-. Su tolerancia al crimen, por ejemplo, tiene que ver con que descubrió su verdadera constitución: es artero, taciturno, violento.


Siempre se apela en el discurso público a las virtudes del venezolano, nunca se admite un defecto como la viveza…


Hay un paradigma de un país totalmente falso, un cierto nacionalismo que construyó elculto a una venezolanidad adornada de supuestas virtudes que simplemente funcionan como proclama retórica: que si es solidario, no es racista, es demócrata, comparte el pan. Es una definición de la venezolanidad que no tiene asidero. Nadie dice que es violento, por ejemplo, y sin embargo, hay 60 homicidios por cada 100 mil habitantes. El mejor consejo es desconfiar de las definiciones previas de ese nacionalismo y no temer al qué dirán cuando tengas que hacer juicios duros y estigmatizar. Los Gobernantes no están interesados en señalar los vicios de la sociedad, por considerarlo inconveniente. ¿Podemos imaginar a un Gobernante exigir sacrificios al pueblo? No, porque no sacaría ni un voto. Y el país le tiene miedo al mea culpa.


¿Por qué el venezolano siente al trabajo como un peso y no como una vía de superación?


El venezolano entiende el trabajo como un peso que agobia, que engendra tristeza, desencanto. La idea de trabajo que introduce la industria petrolera es distinta y ha debido contrastar aquel otro imaginario, agrario, gamonal, rural, de subordinación. Desde los empleados públicos hasta la empresa privada se da la misma concepción. ¿Por qué el venezolano no concibió el trabajo como un instrumento de emancipación? Porque tú trabajas 30 años en Venezuela y no tienes casa, sigues siendo pobre, estás endeudado. Ahí hay una explicación: no puedes amar algo que nunca te liberó.


¿Por eso busca las salidas cortoplacistas?


Querer tomar el camino corto, nos llevó a un abismo. Fíjate en el caso del empresariado venezolano: quiere invertir en la mañana y recuperar el capital en la tarde. El empleado venezolano quiere que lo ascienda sin haber hecho grandes esfuerzos, porque la cosa laboral está tutelada. El esfuerzo personal no se ve recompensado en una sociedad urgente, donde los méritos se ponen a un lado. Recuérdese aquella frase que decía que en Venezuela nada quita ni da honra.


¿Al venezolano no le gusta trabajar?


El trabajo está asociado estrictamente con un salario. Ese sentimiento hacia el trabajo se acentúa como humillante, doloroso y fortalece un espíritu de resentimiento en toda la sociedad, que no logró mediante la educación y profesionalización ascender en la escala social. Eso era posible en Venezuela hasta hace 30 años, tener un título universitario determinaba que ibas a impactar en el medio económico. Hoy a la gente se le dice que tienes que ser doctor para que te reconozcan. Hay un contrasentido.


Miguel Ángel Campos con Antonio López Ortega. Bienal Mariano Picon Salas.






Vía LUZDN
Johandry Hernádez.

lunes, 18 de enero de 2016


FERNANDA ESCÁRCEGA




LAS TRES DAMAS DEL LOUVRE, 







ÁLBUM CULTURAL LA CRÓNICA
UNA RED EN EL ENCUENTRO Y EL HUMANISMO.

LA CRÓNICA AMENA A LA HORA DEL CAFÉ






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Editor: Héctor Pirela Zambrano



EN UN PAÍS QUE DESPIERTA CON OLOR A CAFÉ, EL ÁLBUM CULTURAL LA CRÓNICA COMPARTE LA CRITICA TITULADA LAS TRES DAMAS DEL LOUVRE,  DE LA POETA Y NARRADORA FERNANDA ESCÁRCEGA






LAS TRES DAMAS DEL LOUVRE


Fernanda Escárcega.

5/12/2015
 







◘ Se dice que las tres damas del Museo del Louvre son la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y la Gioconda.


Las dos primeras aventureras, esculturas griegas de la antigüedad, han resistido miles de años, tierra, brazos, piernas y alas reconstruidas, espejos y manzanas extraviadas, guerras e imperios, teorías. La tercera, en cambio, ha permanecido más recatada dentro de su retrato. A sus cinco siglos de edad, se ha venido a enterar que tiene una gemela no reconocida en el Museo del Prado, hija de un supuesto y minucioso aprendiz de Da Vinci.1 No obstante ese sobresalto y los de las innumerables sospechas de falsificación, ella se muestra impasible, con su mueca de que algo sabe, de que algo ha descubierto en los 218 años que lleva dentro de aquellas salas que antes del Louvre formaron parte de la residencia de la monarquía francesa.



¿Qué piensan estas mujeres? ¿Qué murmuran aquellas obras, caminantes de épocas y civilizaciones completas? ¿Qué esconden los ecos de ese trío de sobrevivientes?



Durante su tiempo, los escultores griegos buscaron expresar el equilibrio, la serenidad y la belleza. Sus obras tenían como objeto central al hombre áureo, al ideal de contornos hermosos. En un principio se dedicaron a representar héroes o personajes sagrados. Luego los ocupó la efigie de vencedores olímpicos que serían erigidos a la entrada de sus ciudades.


Con el tiempo, su observación y técnicas fueron progresando; comenzaron a voltear también hacia la realidad menos perfecta y cincelaron entonces temas y personajes dramáticos,  torsiones y tensiones del cuerpo humano acordes a los rostros que expresaban sentimientos y escenas de mayor movimiento. Este periodo mantuvo la belleza y la perfección pero la ubicó en posturas menos establecidas. Los autores que retrataron a los dioses, diosas y otros seres míticos, dotaron a Zeus, Palas Atenea, Poseidón, Afrodita, Apolo y Dionisios de formas –en la escultura– y sentimientos –en la poesía–, verdaderamente humanos.


La Victoria o Niké, posada sobre un trozo de pedestal en forma de proa, pesa 29 toneladas y mide más de 5 metros. Su descubridor, Charles Champoiseau, fue un diplomático francés que en el año de 1862 decidió partir de Eno –una antigua ciudad griega que ahora es el distrito turco de Enez– a Samotracia en busca de piezas arqueológicas para la colección de Napoleón III.  La isla se encontraba abandonada pues sus habitantes habían sido masacrados por los turcos durante la Guerra de Independencia griega. Por ello, al cónsul no le tomo demasiado tiempo encontrar el cuerpo de una diosa con la pierna derecha destruida y una de las alas inexistente. Actualmente, y después de varias restauraciones, se encuentra exhibida majestuosamente en la escalera de Daru, en el Louvre.


Esta mujer, que probablemente haya sido ofrendada por alguna victoria naval, fue creada con la técnica de paños mojados, relieve que representa el cuerpo detrás de las transparencias producidas cuando la ropa está mojada. La escultura captura a la diosa en un instante en el que avanza contra alguna tormenta: alada, anda, avanza, rompe el mar, el viento y la tierra como un espejismo, tan ligera, como si detrás de la tela que le da forma no hubiera un cuerpo sino movimiento.


Tanta gracia podría ser obra de la maestría del escultor que logró modelar la levedad en 29 toneladas de mármol de Paros, pero quizá sea más bien eso que escribe Rosario Castellanos en Viaje Redondo (1972):


Avanza como avanzan los felices:/ingrávida, ligera, no tanto por las alas/cuanto porque es acéfala./Una cabeza es siempre algo que tiene un peso:/la estructura del cráneo que es ósea y el propósito/siempre de mantenerla erguida, alerta./Y lo que adentro guarda.


La Victoria de Samotracia, aún de roca,  gravita sin gravedad, sin el peso de los pensamientos y de las dudas.




La Venus de Milo, así llamada también por la isla en la que fue encontrada, mide dos metros de altura, pesa 900 kilos y su blanca piel en realidad es mármol. Símbolo de la belleza, el amor y la sensualidad, fue captada en el instante preciso en que la túnica se desliza sobre la redondez de su vientre divino. La estatua fue creada en dos bloques y algunas de sus partes fueron realizadas por separado. Se sabe que originalmente portaba aretes, un brazalete y una cinta en la frente de las que hoy lo único que queda son los hoyos en los que se fijaban.




Venus –originalmente Afrodita – es una deidad que ha permanecido a lo largo de la historia como el ideal de lo femenino y la alegoría de la fertilidad; sin embargo, esta mujer en plenitud que reposa el peso de su cuerpo sobre la cadera con una naturalidad confiada, aún levanta sospechas. La discusión de los arqueólogos que han intentado reconstruir qué hacían las manos de esta estatua, origina numerosas teorías que tambalean su identidad: podría estar mirando su reflejo, recargando su codo sobre el hombro de Ares o sosteniendo la manzana del Juicio de Paris. Pero si en sus manos hubiera tenido un arco, como aventuran algunos, entonces podría tratarse de Artemisa; si hubiera sido una ánfora, alguna de las cincuenta danaides; si acaso un tridente, Anfítrite, la diosa del mar tranquilo, muy venerada en Milos.



Más allá de anónima o multifacética, en esta representación, la diosa nunca podrá dar vida a sus impulsos. Nunca podrá mirar de vuelta a quien la desea pues sus ojos están mudos y sus brazos ausentes para sentir. Tanta sensualidad queda enclaustrada –sin dedos con los que recorrer otro cuerpo y un rostro sin mirada que responda apasionada al deseo que ella despierta– en una silueta frondosa que se brinda amorosa y eterna.


Esa piel clara que no ha podido ceder a ninguna provocación, me hace pensar en las palabras que Alfonsina Storni dedica a quién sabe cuántos hombres en su poema de El dulce daño (1918) “Tú me quieres blanca”:


Tú que el esqueleto/conservas intacto/no sé todavía/por cuáles milagros,/me pretendes blanca/(Dios te lo perdone),/me pretendes casta/(Dios te lo perdone),/¡me pretendes alba!


Es a ella, inmaculada desde el interior, a quien la historia ha perseverado a través de las épocas como referente de una mujer en toda su extensión: una Venus.




Sucedieron el arte romano, el paleocristiano, el bizantino, el románico, el gótico y –en los siglos XV y XVI– el Renacimiento, corriente con el centro artístico en Italia, durante el cual se retoma nuevamente el interés por la figura humana y los modelos clásicos de armonía y belleza.  En estos siglos, el contenido de las obras dejó de ser únicamente religioso pues se revivieron los mitos de la antigua Grecia. Los escultores, pintores y arquitectos pasaron de ser artesanos a obtener una identidad como artistas. Filosóficamente, el hombre se pone a sí mismo como punto de partida y deposita su atención en la ciencia, producto de su razón y su experiencia.


Así como los dioses griegos tomaron forma en cuerpos y sentimientos humanos, con el Renacimiento lo sagrado se conjunta con lo humano y se sitúa en ambientes existentes que incluso se observan desde perspectivas reales.


Leonardo da Vinci (1452-1519) quizás fue el pensador-artista que haya concentrado todas las ideas de su tiempo. Él fusionó la figura humana y el paisaje, como el Renacimiento lo hizo con el hombre y la naturaleza, lo sacro y lo profano. Además, comenzó a utilizar el efecto atmosférico –aire, luz, color, humedad– para dar profundidad y la técnica del sfumato con la que difuminó los contornos y logró mayor realismo en la pintura. Leonardo, igual que los escultores griegos, se dedicó a estudiar el cuerpo humano a profundidad: funcionamiento, movimiento y representación. Su erudición en anatomía y geometría lograron la expresión de la fisionomía subyacente; el arte del retrato con la representante del Renacimiento: la Gioconda.


El retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo (de ahí el nombre de la obra), ha sido considerado la pintura más famosa del mundo. Tan conocida es, que la sala en la que se encuentra ha tenido que ser remodelada para evitar que los 8 millones de visitantes que buscan cruzar con ella la mirada, bloqueen la observación de las otras obras que fastidiadas comparten el recinto. La sala de los Estados, luego de los cambios, ha sido consecuentemente rebautizada como La sala de la Gioconda.


Intriga que la Mona Lisa, un óleo de 77 x 53 cm, pintado entre 1503 y 1506, se haya consolidado como el referente de pintura en el mundo. Mucho se habla de su mirada, de una sonrisa que sólo se sugiere mediante una especie de ilusión óptica. Con su efecto atmosférico, Leonardo pintó un paisaje con planos de fondo para una mujer que, entre sus discretos volúmenes, algo esconde. Es cierto que con ella no se sabe qué pensar; sus ojos y las líneas que dibujaron su boca expresan misteriosos motivos de satisfacción. ¿Por qué sonríe Lisa Gherardini?


Condena Rosario Castellanos, amarga, en “Mirando a la Gioconda” de la compilación antes mencionada:


Esa sonrisa es burla. Burla de mí y de todos/los que creemos que creemos que/la cultura es un líquido que se bebe en su fuente,/un síntoma especial que se contrae/en ciertos sitios contagiosos, algo/que se adquiere por ósmosis.


Ya 20 años antes que la escritora chiapaneca, se habían preguntado Ray Evans y Jay Livingston en voz de Nat King Cole: Do you smile to tempt a lover, Mona Lisa? Or is this your way to hide a broken heart? Are you warm, are you real, Mona Lisa? Or just a cold and lonely lovely work of art?


¿Lo son la Victoria y la Venus? ¿Frías y solitarias obras de arte?


Una, liviana por acéfala; la otra, deseada por nívea; y la Gioconda, famosa por incomprendida —incluso con su nombre de casada— sonríe por alguna sabiduría que yo aún no entiendo.


domingo, 17 de enero de 2016

GISELA KOZAK ROVERO




ÁLBUM CULTURAL LA CRÓNICA
UNA RED EN EL ENCUENTRO Y EL HUMANISMO.


LA CRÓNICA AMENA A LA HORA DEL CAFÉ





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Editor: Héctor Pirela Zambrano



EN UN PAÍS QUE DESPIERTA CON OLOR A CAFÉ, EL ÁLBUM CULTURAL LA CRÓNICA COMPARTE CON EL BLOGS PRODAVINCI EL MAGISTRAL ENSAYO: "EL LESBIANISMO EN VENEZUELA ES ASUNTO DE POCAS PAGINAS," DE LA PROFESORA, ENSAYISTA, Y ESCRITORA, GISELA KOZAK ROVERO.



EL LESBIANISMO EN VENEZUELA ES ASUNTO DE POCAS PAGINAS 


Con el ensayo que a continuación publicamos Gisela Kozak Rovero obtuvo el premio Sylvia Molloy y Carlos Monsiváis, otorgado por la Sección de Estudios de sexualidad de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, a los mejores artículos académicos publicados en revistas revisadas por pares durante el período 2007-2008
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Por Gisela Kozak Rovero 




◘ El lesbianismo en Venezuela es asunto de pocas páginas: literatura, nación, feminismo y modernidad

Necesaria introducción al asunto


Sí, el lesbianismo en Venezuela es asunto de pocas páginas, como en todas las sociedades patriarcales de diversas épocas y latitudes, como en todas las literaturas, como en las más diversas disciplinas de las llamadas vagamente ciencias sociales y humanidades. Es parte del argumento de pocas novelas y cuentos en la narrativa venezolana, entregada hasta el día de hoy a los temas  de la nación y de la violencia en una medida sólo comparable en términos continentales a las obsesiones por la construcción de la patria propias del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX; marca su escasa presencia en la poesía que aunque  ha enarbolado sus derechos libertarios frente al corsé de la nación, tampoco le ha dedicado mayores espacios. El lesbianismo en Venezuela no tiene existencia ciudadana porque a pesar de los innegables logros de carácter político, social, económico y cultural obtenidos en el siglo XX, se ha permitido la exclusión de importantes sectores de la población. Esta exclusión ha dado pie, como dice el sociólogo y analista político Tulio Hernández, a “una cultura de la contramodernidad y un sentimiento redentor y jacobino para el cual la institucionalidad democrática es secundaria al lado de la justicia” (pág. 31); y sin institucionalidad los derechos de las minorías se hacen agua, así cierta izquierda radical pregone lo contrario (1).



El lesbianismo en Venezuela es conflicto de escaso proselitismo y organización, pues apenas en los últimos cinco años puede hablarse en mi país  de organizaciones  dedicadas  exclusivamente a la mujer lesbiana. Y de nuevo, el lesbianismo en Venezuela es asunto de pocas páginas. ¿Cuál criterio me sirvió de orientación para incluirlas en este artículo? Tomando en cuenta que son tan pocas, obvié el rigor crítico que me emplazaba a definir los cauces particulares de una “literatura lesbiana” (Torras) para coincidir sin más con la definición de Elena Martínez (pág. 3-4): el término lesbiana se refiere aquí a la representación de la atracción sexual, erótica y amorosa entre mujeres. Tampoco discutiré lo que significa la noción misma de “mujer” y  “lesbiana” como identidades  y formas de agencia política (Butler; Scott; Torras; Lauretis). Mi ejercicio  crítico sólo aspira a identificar y delinear con trazo muy grueso  las sutiles, abiertas, secretas relaciones entre lesbianismo, literatura, nación, feminismo y modernidad en Venezuela.




Lesbianas sin nación,  relato e izquierda




Venezuela en el siglo XIX compartió una sangre común con las otras naciones de Hispanoamérica en cuanto a la obsesión por la construcción de la nación. Entre nosotros también impactó la idea  de que la sexualidad, el matrimonio y la procreación formaban parte integral de los dominios y objetivos mismos del estado pues se trataba del sagrado mandato de formar con acierto  a  los ciudadanos. Las “sexualidades desviadas”, verbigracia el lesbianismo, debían ser temas secretos apenas atendidos por el discurso médico, visión  que de algún modo persiste en la gran mayoría de la población venezolana. (Molloy y Mackee Irwin xi-xiii; Silva Beauregard 153-158; 173-180). Pero, desafortunadamente, la modernidad venezolana  no echó raíces en la otrora pujante civilidad de tantas mentes lúcidas –unas cuantas de ellas femeninas- y de tantos logros políticos y sociales de nuestro siglo XX (Caballero; Codetta; VVAA Historia…), sino en  los “petrodólares”, en  delirios faraónicos de modernización, en radicalismos de pasillo universitario, en hazañas de cuartel, en exclusiones sin fin, para terminar en el mismo pozo rocoso, militarista y patriarcal en el que comenzaron nuestros tiempos republicanos y en el que transcurrió nuestra historia hasta bien entrado el siglo XX. Esta situación ha permitido que la obsesión por la  construcción de la nación -hermanada con el militarismo y la violencia- esté viva hasta hoy, como manifestación de la ya muchas veces comentada persistencia del espíritu decimonónico en la vida venezolana más allá de su modernidad amasada con petróleo. Con esta savia patriotera e insurreccional,  con la persistente idea de fundar la república una y otra vez como si no hubiese nada que conservar, con una visión de la nación como hija de la hazaña del varonil procerato decimonónico conducido por el Zeus de nuestro Olimpo, Simón Bolívar,  se  han alimentado  caudillos militares del siglo XIX y XX, demócratas del XX,  guerrilleros marxistas (2) y el actual gobierno revolucionario, conducido por el caudillo-presidente Hugo Chávez Frías.  Las minorías sexuales  y la mujer en general  sufren el peso simbólico y político de esta  visión acendradamente falocrática  de la nación y de la vida social.


Obras claves del canon literario venezolano han debatido en su seno estas pasiones por lo visto inmanejables lo cual atestigua su enorme importancia histórica y cultural (3). La nación y la violencia han sido, pues,  protagónicas en la narrativa venezolana.  Respecto al papel de la primera en la literatura venezolana, comenta Juan Liscano:


La literatura narrativa venezolana, cuya cuentística precedente de las escenas típicas, las estampas y bocetos de los costumbristas fue cultivada intensamente desde fines del siglo  XIX, puede ser definida como el producto de una relación atormentada pero firme, nunca rota, entre la realidad social, histórica, geográfica y la realidad de la ficción. Con rarísimas excepciones…nunca se desligó de esa dependencia al parecer hereditaria. (…) nuestra literatura narrativa se mantiene apegada a lo terrestre  -urbano o rural-, a lo anecdótico, a lo conformado por la sociedad, a lo vivido, a lo testimonial. Si bien se han producido, con el correr de los años, algunas audacias sintácticas, lingüísticas, estilísticas; si bien se pasó de la toma de conciencia de la realidad exterior a la de la realidad interior, al monólogo, a la introspección, a la recurrencia de la memoria, a la vigilancia de la actividad psíquica, a la aceptación de los imperativos sexuales y eróticos, de los fantasmas acosadores o compensatorios, a lo onírico…;  si bien se enriquecieron los recursos y los procedimientos mediante el trato con los novelistas del llamado “boom” y los experimentos de última hora; lo determinante en nuestra literatura narrativa sigue siendo su lealtad a la realidad, la continuidad de su crecimiento en una misma dirección, lo retenido de su poder de fabulación y de explosión (pág. 30-31).






En relación con la violencia, Julio Miranda, el fallecido crítico y escritor cubano radicado en Venezuela, comentaba irónicamente refiriéndose a la narrativa de los jóvenes que empezaron a publicar en la década del noventa del siglo pasado que “La literatura de los nuevos no ha sido ´pacificada´: continúa, pero a su manera, aquella ´narrativa de la violencia´ que atraviesa el siglo, y que podríamos hacer arrancar incluso del XIX, si pensamos en Venezuela heroica (1881) y Zárate (1882), ambas de Eduardo Blanco (…)”  (Miranda 40). Y no sólo la literatura atestigua esta situación;  en la historiografía venezolana -hasta hace veinte o treinta años- las mentalidades, organizaciones sociales, creatividad intelectual, cultura, ejercicio de la ciudadanía, vida privada, diferencia y divergencia sociocultural, género, sexualidad, etc.,  ocuparon un mínimo espacio frente a los liderazgos políticos y militares, los conflictos armados o no, la economía  y  la construcción del estado (Torres “La memoria…” 15) (Quintero pág. 78). La milicia y el ejercicio del gobierno –relacionados con el “sentimiento redentor y jacobino” del que habla Hernández citado en el apartado anterior- son, pues,  grandes protagonistas del imaginario histórico y cultural venezolano, en detrimento de la vida civil en su más amplio sentido



La visión de la sociedad venezolana como sujeto de redención a cualquier precio ha tenido en la pobreza su mejor caldo de conservación y ha prolongado la idea decimonónica del “macho” heterosexual como protagonista de la historia patria, idea que siempre ha conmovido el corazón de unos cuantos intelectuales venezolanos. El fallecido intelectual y narrador comunista Orlando Araujo justificó y aplaudió esta tendencia venezolana  a la incivilidad militante al afirmar en su muy leído libro Narrativa venezolana contemporánea que “Venezuela es una historia de revoluciones frustradas en la búsqueda de su liberación verdadera…Sigo sosteniendo esa idea, y la otra fundamental, la de que la violencia es inevitable a la hora de construir un nuevo modelo de sociedad…” (pág. 252-253).  Obviamente, las minorías sexuales no tenemos nada que buscar en tanto miembros de la patria,  pues, recordando a Hannah Arendt (pág. 223), la violencia destruye el poder pero no lo sustituye y los más débiles quedamos sin derechos ni visibilidad.  Hay que recordar, además, que Venezuela es un país con una fuerte tradición igualitarista que no igualitaria (4) y con innegables tendencias populistas.  Nuestro igualitarismo calla las diferencias en pro de la ilusión de una sociedad en la que éstas son irrelevantes o forman parte de una vida privada que no hay que revelar en el espacio público. El populismo se asienta en la certeza de que los ciudadanos no son más que una masa a redimir y el estado el Mesías que salvará la patria. No es casualidad entonces que  la revolución bolivariana haya insuflado nuevos bríos y restaurado  en todo su esplendor de Leviatán criollo al estado populista, hipertrofiado y -como indica el ensayista Miguel Ángel Campos (pág. 9)-,  protagonista solitario y absoluto de  la vida nacional contemporánea:






(…) Parece  que en Venezuela sólo tuviéramos la historia efectiva del poder, y éste reducido a la gestión del Estado. Lo curioso es que este Estado magnificado por los historiadores aparece en su más pura condición de ente aéreo, superpuesto a una ficción llamada pueblo. Él es la todopoderosa y casi única institución: hasta hoy, domina la dinámica de la sociedad constituida por acumulación. Salva o aniquila los haberes comunitarios, traza las fronteras y dispone el inicio de los planes de reacomodo de la vida pública y privada.



Y la existencia de este estado explica que multitud de demandas, expectativas sociales, inquietudes y divergencias son acalladas en pro de un consenso alrededor de que el principal problema por resolver es la pobreza a través del reparto abundoso de la renta petrolera.   Pensar en los derechos de las minorías sexuales podría parecer hasta una frivolidad frente a los horrores de la miseria, hábilmente explotados por los gobiernos populistas venezolanos. Y estas minorías tampoco tuvieron eco, como en el caso de México desde los años ochenta, en los partidos de izquierda venezolanos. La izquierda partidista vernácula –con la excepción del Movimiento al Socialismo (MAS) en los años setenta- ha tenido siempre simpatías militaristas –conscientes o inconscientes-  y estaba en agonía  desde el punto de vista ideológico y organizativo hasta la llegada de Hugo Chávez. Por lo tanto,  es una  heredera anacrónica de aquella izquierda patriarcal y lesbofóbica (5) de los sesenta y poco tiene que ver con la reivindicación que los partidos  de otros países han hecho de la causa de las minorías sexuales, como es el caso del centroizquierdista Partido Socialista Obrero Español.






Lesbianas sin nación, lesbianas sin relato, lesbianas sin izquierda.... Pero, ¿y el feminismo? 




Feminismo sin lesbianas



A diferencia de tantos otros países, en Venezuela la participación de las lesbianas en el movimiento feminista empieza apenas en los últimos años. ¿Discriminación de las feministas hacia las lesbianas? ¿Autoexclusión de las lesbianas del movimiento feminista? En todo caso, el feminismo venezolano –cuyos logros son extraordinarios e innegables-  hasta hace pocos años no se ocupó de la discriminación de la mujer por orientación sexual. Es posible que pesara el hecho de que muchas de las militantes formaron parte de partidos políticos  -de cualquier orientación ideológica- cuyo objetivo, simple y llanamente, era la conquista del poder con vistas a la transformación y salvación de la nación. En otros países como México, Estados Unidos o España, el feminismo desarrolló una serie de organizaciones independientes de los partidos políticos, lo cual facilitó la entrada de las lesbianas en ellas como militantes y también como fundadoras y organizadoras.



El feminismo venezolano ha tenido un toque puritano quizás porque ha sido preferentemente reformista, como afirma la crítica Márgara Russotto respecto al feminismo latinoamericano (pág. 23-42). Su búsqueda de consenso y su dependencia de sindicatos y partidos políticos no le permitía, probablemente, tocar bastiones inexpugnables tan caros al machismo vernáculo como son la heterosexualidad y la maternidad, con la consecuencia  de que se ha discriminado por orientación sexual a las lesbianas (Espina pág. 93). En otras palabras, una de las mayores fortalezas del feminismo venezolano ha sido ganar numerosas batallas legales, desde el voto femenino en 1945 hasta los artículos referidos a la igualdad de género en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999), y es una historia que lo honra en la medida en que ha sido el fruto de generaciones enteras de mujeres  dedicadas a las luchas sociales con perseverancia e inteligencia admirables (véase al respecto Castillo,  Salvatierra; Codetta; Vera). Pero estas batallas han tenido el costo del reformismo y el consenso: las demandas de sectores minoritarios y débiles como las lesbianas quedaban fuera.



Por fortuna,  el feminismo venezolano ha cambiado, entre otras cosas porque muchas de sus integrantes se han dedicado a la academia y a las organizaciones no gubernamentales en vista de la decadencia de los partidos políticos desde la década de los ochenta. De hecho, feministas como éstas fueron las que propusieron la no discriminación de la mujer por orientación sexual ante la Asamblea Constituyente de 1999, asunto del que hablaré más adelante. Pero, en todo caso, el activismo específicamente lesbiano en Venezuela se reduce a pocos nombres: el colectivo Amazonas de Venezuela y el Colectivo Feminista Josefa Camejo, el primero independiente y el segundo de orientación progubernamental. Unión Afirmativa contó con activistas lesbianas pero se define por una orientación más amplia de defensa de los derechos de homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgéneros.  El grupo Contranatura, colectivo de estudios “queer” constituido fundamentalmente por profesores (as) y estudiantes de la Universidad Central de Venezuela, tiene lesbianas entre sus integrantes. La Fundación Reflejos de Venezuela también pero se define como una organización defensora de los derechos humanos de un modo general. En cuanto a escritoras y académicas, lamentablemente tengo que confesar que la única que ha hecho militancia por los derechos de las lesbianas es quien suscribe estas líneas  (me alegraría mucho que alguien me corrigiera y me indicara que estoy equivocada); no obstante,  una feminista no lesbiana como Gioconda Espina ha escrito sobre el lesbianismo desde una perspectiva psicoanalítica y se han podido introducir cursos sobre el tema en distintas universidades. En todo caso, el activismo feminista específicamente lesbiano se reduce a pocas militantes -Jany Campos, Denis Orellana, Gabrielle Guerón, Marianela Tovar, Diana Cordero (argentina radicada en Venezuela), Gladis Parentelli (uruguaya radicada en Venezuela), Elena Hernáiz y Ana Margarita Rojas- cuya actividad se ha hecho evidente sobre todo en los últimos años.



Aunque es innegable que en Venezuela desde 1998 ha habido una movilización social sin precedentes cercanos que ha permitido un mayor espacio para las reivindicaciones de las minorías sexuales, las aspiraciones de éstas desde el punto de vista jurídico y de representatividad política chocan con el carácter populista de la revolución bolivariana, basada en una agenda de “grandes y urgentísimos problemas patrios”, los cuales se enarbolan con un lenguaje guerrero y dramático.  “Asuntillos” como el aborto o la homosexualidad y el lesbianismo,  pueden dejarse perfectamente –y como siempre- para después. En el movimiento bolivariano el lesbianismo no existe como tema político y la homosexualidad suele mencionarse como una forma de insultar al adversario, en lo cual los bolivarianos se hermanan con los hombres de la oposición. Una vez más, el estatismo brutal venezolano hace de la nación “el tema” por excelencia, con exclusión de la diversidad y pluralidad de los nacionales. De nuevo, y como siempre, los sectores minoritarios que no caben en la idea de pueblo pobre pero decente y heroico, hacen un papel menguado en la vorágine populista. Las agrupaciones defensoras de los derechos de homosexuales, lesbianas, transgéneros y bisexuales que intentan ejercer su actividad desde su apoyo al gobierno bolivariano han sido objeto de dilaciones, falsa comprensión, oídos sordos, uno que otro viajecito a algún foro internacional, una que otra participación en un foro nacional y un rechazo disfrazado de indiferencia. Así,  la Asamblea Constituyente de 1999, compuesta en más de un 95% por partidarios de la revolución bolivariana, se negó en redondo a incluir la no discriminación por orientación sexual en la Constitución y tronchó cualquier posibilidad de legalización de  las uniones homosexuales o lesbianas, a pesar de haber sido propuestas como parte de los derechos sexuales y reproductivos  por una amplia gama de grupos de mujeres (García, Jiménez  pág. 101-119) (Muñoz)  y por colectivos como LAMBDA de Venezuela o Entendido, defensores de los derechos de las minorías sexuales (6).



Vista esta situación suena contradictorio que Juan Barreto,  Alcalde Metropolitano de Caracas,  haya respaldado el nada exitoso I Festival Socio-cultural Gay (diciembre 2005). Igualmente, las primeras marchas del Orgullo GLBT venezolano, el I Congreso sobre Diversidad Sexual (Ateneo de Caracas, 2001) y las I y II Jornadas sobre Diversidad Sexual (Universidad Central de Venezuela, 2002, 2004) se han realizado con participación de oficialistas y opositores, por lo que se podría pensar que este gobierno es permeable a la causa de las minorías sexuales a pesar de su ya mencionado rechazo y omisión en la Asamblea Constituyente de 1999.  Explicaré la situación: en primer lugar, entre los partidarios(as) de la revolución hay feministas y luchadores(as) por los derechos humanos de todos los colores y tendencias, unidos por el liderazgo de Hugo Chávez. La política con respecto a las minorías  sexuales ha sido dejarlas hacer, pero, si se me permite el juego de palabras, sin hacerles mayor caso. En segundo lugar,  este gobierno, autoproclamado como “socialista del siglo XXI”, cuida las formas desde el punto de vista  internacional (a pesar de su amistad con Corea, Irán, Libia y Cuba, países nada fáciles para las minorías sexuales) y no desea para sí, por ejemplo,  la detestable trayectoria cubana en derechos humanos respecto a homosexuales, lesbianas y transgéneros. En este sentido,  las reivindicaciones de las minorías sexuales no constituyen una causa simplemente venezolana y es necesario para el gobierno revolucionario no desafiar las corrientes mundiales en derechos humanos:






…en estos tiempos de globalización, las políticas de ciudadanía y sociedad civil se relacionan con procesos sociales transnacionales. Es decir, procesos en los cuales no sólo participan actores sociales cuyas prácticas se desarrollan en el marco de sociedades nacionales e incluso locales, sino además actores  cuyas prácticas, de maneras diversas, se desarrollan a través de las fronteras de los Estados nacionales (en cursivas en el original) (Mato pág. 11).



El lesbianismo en Venezuela es asunto de pocas páginas




En la literatura venezolana la aparición del lesbianismo ha sido sesgada y encubierta, y todavía hoy su presencia  es minoritaria en relación a otras literaturas del continente, más allá de unos pocos nombres. Que unas cuantas autoras sean lesbianas es irrelevante. La idea de que el escritor(a) está por encima del bien y del mal tiene un número sorprendente de seguidores(as) tomando en cuenta la época en que vivimos y el impacto en la intelectualidad venezolana de las diversas corrientes postestructuralistas (Jacques Derrida, Gilles Deleuze y  Michel Foucault, fundamentalmente, pero también Jacques Lacan y Judit Butler). Además, el tema no es propicio para lograr un gran público; Venezuela  es un país de relativamente pocos lectores(as) y la proyección internacional de la actividad intelectual y literaria es ínfima tomando en consideración su alta calidad en unos cuantos casos. En otras palabras, hay un público pequeñísimo en el país y casi inexistente fuera: muy pocas escritoras  se atreven a hablar sobre el lesbianismo. Pero más allá de las decisiones individuales y políticas  en torno a revelarse públicamente o no como lesbiana, las influencias intelectuales o la escasez de lectores(as), el campo intelectual venezolano posee características que ayudan a entender la muy tenue presencia  del lesbianismo en nuestra literatura. En el año 2004 tuve la oportunidad de entrevistar  a la novelista venezolana Ana Teresa Torres, quien describió la situación de este modo:


El rol de los intelectuales tiene que redefinirse, además, porque la  gama de intereses sociales se ha multiplicado; el único problema no es la nación pues también existen conflictos que responden a determinados  sectores o temas como el de la mujer. El caso de las mujeres intelectuales muestra resistencia a esta definición porque su voz todavía es escuchada de modo marginal, sin tener los efectos que podría tener la de un hombre, pero, en mi caso, no dejo de manifestarme por eso. Evito, eso sí, la confrontación directa…Pero no todas las intelectuales actúan de igual modo porque los venezolanos(as) –individualistas, anárquicos- somos poco proclives  a la cooperación y solidaridad con intereses sectoriales. Aunque es cierto  que ha habido participación política por parte de escritores y creadores en el contexto de la polarización actual [se refiere a la revolución bolivariana], persiste la actitud de huir de las causas sectoriales…Cada uno es genial y no necesita unirse con otro para nada. Este narcisismo impide que abandonemos nuestra identificación como “escritor(a)” o “intelectual” para solidarizarnos como  personas con determinadas luchas, sobre todo algunas tan sensibles como el feminismo o las minorías sexuales (las cursivas son mías) (Kozak 35).


Coincido con Torres en esta descripción, pero sin olvidar que el “contra-canon” de la obsesión de la narrativa venezolana por la nación y la violencia a lo largo del siglo XX han sido la narrativa escrita por mujeres (y por algunos hombres) y la poesía, independientemente de que se trate de hombres o mujeres poetas. Refiriéndose a las  escritoras que publicaron sus textos entre 1935 y 1958, Ana Teresa Torres y Yolanda Pantin comentan:






Cuando estas escritoras, como antes la poeta María Calcaño, asumen el riesgo de introducir  los temas del deseo sexual, la amargura y el tedio del desamor, la soledad, la anulación del deseo femenino bajo la rutina del matrimonio y el sostenimiento de los ritos ancestrales como obligación existencial, están no sólo hablando desde una “zona bárbara”, contraria a la retórica nacionalista, sino exponiendo un problema, sin duda, político…Comienzan estas voces  a erosionar la solidez del discurso público como escenario de las altas verdades históricas o gloriosas que desestiman la vida privada como si fuese el patio de atrás. Son estas escritoras  las que, como actrices de reparto, miran oblicuamente hacia el espectador, cansadas probablemente de una historia sacralizante, todavía demasiado cercana de la épica independentista y triunfal (67).


Sin duda,  a la narrativa  y  la crítica venezolanas les ha costado alejarse del abrumador tema de la nación, pero más les ha costado asimilar la relación entre literatura y sexualidad.  Nuestra gran escritora lesbiana Teresa de la Parra (1889-1936) nunca ha sido reconocida como tal públicamente y todavía en Venezuela la crítica literaria es reticente al respecto. Tendrá que ser la crítica literaria  de los departamentos de español y portugués  en Estados Unidos –el caso de Sylvia Molloy, por ejemplo- la que  relea su obra narrativa, sus cartas y su biografía desde una mirada que revela la presencia perturbadora de una sexualidad “otra”. La discreción respecto a Teresa de la Parra  pone en evidencia “…cómo los prejuicios forjan los cánones literarios. La discriminación es un arma de doble filo, ya que el ´buen gusto´ a veces es máscara del pudor o de la cobardía, y puede llegar a funcionar como censor, marginando todo lo que el crítico prefiere que no se discuta, ni se mencione, ni se lea” (Balderston 27). Teresa de la Parra ha suscitado siempre respuestas críticas o simples pasiones absolutamente encontradas. Se le ha reconocido su sitial al lado de los más grandes escritores de Venezuela, pero se le ha acusado  de apoyar la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien gobernó el país veintisiete años hasta que murió en 1936; es vista como una feminista de avanzada pero ha sido cuestionada por su origen social oligárquico y por sus suspiros filo-hispánicos y premodernos; su belleza ha causado admiración e inquietud en iguales dosis, tanto como su soltería explicada con altisonancias de folletín decimonónico –simples chismes- al estilo de que no podía casarse pues se quedaría sin recibir una herencia (¿?).  Teresa de la Parra encarnaba la modernidad en una dimensión que la provinciana y soñolienta Venezuela de aquel entonces apenas podía atisbar: los riesgos de la  libertad estética, el individualismo vanguardista de no parecerse a nadie, la fulgurante intuición de que las ensoñaciones del progreso tenían mucho de formalidad y fruslería, la voluntad de vivir su vida a su estilo sin hombre que la protegiese. No deja de ser una ironía que los restos mortales de tan peculiar mujer –aristocrática al estilo de Oscar Wilde, homosexual como él- reposen en el Panteón Nacional  junto con Simón Bolívar y otras figuras del duro y varonil procerato venezolano. En su época, marcada todavía por la figura del caudillo semental, autócrata y endiosado del siglo XIX, cuyo indudable paradigma fue Juan Vicente Gómez, comenzaba a soñarse otro país, encarnado esta vez en la figura del “ciudadano civilizador” que transformaría a la población,  la naturaleza, la sociedad, la vida dentro de un ideario de orden, progreso y legalidad (Suárez 5).  Teresa de la Parra no cabía en ninguno de estos mundos, que tenían claramente establecido el rol de la mujer como subsidiaria del rol masculino.  Si fue aceptada y mimada lo fue por su belleza y su estilo femenino de acuerdo a las expectativas del momento. Pero más allá de su ansiedad por no ser calificada por su “sexualidad desviada”, Teresa de la Parra escribió  líneas que si no fueron leídas en su ambigüedad lésbica es porque el heterosexismo es una cortina de gruesa tela negra; esas líneas son las dedicadas  al trato entre sutil, adolescente  y apasionado de Mercedes Galindo con María Eugenia Alonso, protagonista de Ifigenia, Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba (1924):


Cuando, al salir por fin de la penumbra me fui a saludarla, llevaba preparada mentalmente una frase muy expresiva, en la cual pensaba demostrarle mi exaltada  admiración. Pero no bien me miró con sus ojos brillantes y curiosos de crítica finísima, y no bien aspiré yo el perfume sutil que como una flor exhalaba de su persona, cuando me sentí invadida por la parálisis absoluta de la timidez. Por lo tanto, después de haberme acogido y abrazado con esa naturalidad y soltura que son su principal atractivo, a mí, en correspondencia, sólo me fue dado el murmurar unas cuantas frases breves y corteses.


Durante el curso de la visita, Mercedes, con su admirable don de gentes, aparentando ocuparse poco de mí, se dirigió constantemente a Abuelita. Yo, entonces, libre de conversación, silenciosa e inmóvil, la observaba y observándola así, comprendí al punto, que más grande aún que su belleza, era su encanto, es decir, que llevaba a lo supremo de la perfección el arte de interpretarse a sí misma; porque mientras hablaba, la boca, las manos, los ojos, la cabeza, la voz, la sonrisa, todo, iba completando sutil y armoniosamente, con mil matices deliciosos, el sentido que expresaban las palabras (84).


Tendrían que pasar varias décadas para que otras narradoras, Dina Piera Di Donato y Ana Teresa Torres,  retomaran el sendero abierto por  esta “…erótica  exclusivamente femenina, de complicidades, confidencias y cuidados…” (Palacios pág. 274) y se adentraran en ella  sin las cortapisas que silenciaron a Teresa de la Parra. A partir de la década de los ochenta y especialmente la de los noventa del siglo pasado la crítica feminista venezolana plantea con todo vigor la necesidad de revisar el canon literario a la luz de las escritoras. Ya Venezuela ha entrado en una crisis profunda del modelo político democrático bipartidista y, como dije en el apartado anterior,  muchas activistas de izquierda antes militantes de partidos políticos  han tomado sus propios caminos a través de la academia –el Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela, por ejemplo- o participan en organizaciones no gubernamentales. Los años sesenta con su carga libertaria en el sentido de las minorías sexuales habían hecho alguna mella en la provinciana y pacata clase media venezolana: un par de bares de lesbianas le daban discreta aparición pública a las “cachaperas” (7) de los sectores populares y a algunas de los sectores medios  de Caracas,   mientras otros hacían lo propio con las “high class”.




El  silencio literario no terminó de romperse hasta 1991, año en que  Dina Piera Di Donato (1959), radicada actualmente en los Estados Unidos, publica Noche con nieve y amantes. Esta cuentista y poeta le dio por primera vez  rostro visible a la complejidad vital de la mujer lesbiana en la narrativa venezolana (Torres “Tradiciones…”  77). Realizó estudios de maestría y doctorado en la Universidad de París VIII, Francia y ha ganado varios premios de cuento y poesía.  Su cuento “Bar Le Nuage”, perteneciente al libro mencionado, plantea la vida nocturna lésbica en Caracas en una clave profundamente excéntrica, teatral, pero sin ironía ni amargura. Narra el encuentro de una mujer joven con una mujer madura y aristocrática, una fotógrafa refinada hasta lo risueño y con un encanto presentado con cierto humor afectuoso:


La última pose fue la más dura. Me llevó hasta una mesa puesta. Había un desvalido monstruo horneado sobre una bandeja de plata. Un pollo de cinco patas o algo por el estilo. Sólo tenía que sentarme y mirar en lontananza. Llevaba un hermoso vestido incrustado de pedrería. Recogí  las manos sobre el mantel pero no pude seguir las instrucciones porque me eché a llorar. Esta vez ella me dijo, con sus frases largamente sentidas, que me amaba y nos reímos  mucho recordando la primera noche del Nuage, cuando con mi vergüenza por la histeria incontrolada y por el amor y por la lluvia me había ido corriendo  y ella al seguirme se salvó del incendio criminal que estalló a la madrugada en el Nuage, un atentado a la embajadora, pero eso sería otra anécdota para otro libro, de Lou, seguramente (pág. 579).


Por supuesto, el lesbianismo ha ocupado su lugar en los relatos eróticos. La más importante de las novelas de este género que tocan el tema es La favorita del señor (2001), de la psicóloga, psicoanalista, ensayista y novelista Ana Teresa Torres (1945), por su calidad literaria indiscutible y su particular inserción en la obra de su autora, más bien inclinada hacia la historia venezolana y los conflictos de la mujer. Este relato –finalista del premio español La Sonrisa Vertical- es un desarrollo independiente de uno de los personajes de la novela Malena de cinco mundos (2000), texto en el que se sigue la vida de una mujer que ha reencarnado en diversas etapas históricas –antigua Roma, Florencia renacentista, la Venezuela de la colonia, el siglo XIX y el siglo XX. En La favorita del señor Aisa-Umm-al-Hakam, una mujer árabe con una impecable formación en artes amatorias, es llevada como esclava a la Europa de la Edad Media y sirve de maestra erótica a sus pocos diestros dueños. Veamos un ejemplo de su educación:


Quería tomar su pelo para tapar en él mi cara y oler su perfume de modo que se adhiriera a mi piel hasta que exhalara de mi propio interior. Y sentía un impulso irrefrenable, quería que Naryis obligara a mi cuerpo, aún más pequeño que el suyo, a arquearse boca abajo mientras ella se cimbreaba sobre mí como si se tratara de una animal de dos cabezas. Deseaba que Naryis hundiera su mano en mi vacío y todo mi cuerpo ardía en el solo pensamiento de que nadara en el pozo más profundo, mientras mi boca  recibía a la suya y yo saboreaba su saliva como la más intensa bebida.
Y todo lo que deseaba ocurrió. Naryis extrajo de mí un gemido profundo y luego me sobrevino una ensoñación en la cual me encontraba viajando en otras esferas.  No quería bajar de allí pues temía que ella, como en otras oportunidades, desapareciera de mi lado, pero en medio de mi respiración escuché la suya hablándome con palabras tan íntimas y tan hondas que me turbaban. Entonces me atrajo de nuevo junto a ella y enlazándose a mi cuerpo estuvimos conociéndonos hasta que guió mi mano a su interior y dejó que mis dedos lo recorrieran. Luego, llevada por el deseo de poder sentir que su piel y la mía eran la misma, profundicé  mi lengua en ella, y después la abracé para sostener el llanto que su placer le provocaba (La favorita… pág. 28-29).


Dada la brevedad del inventario narrativo,  me veo forzada a sumar al mismo mis cuentos “Dead can dance” y “Detrás del deseo” (en Pecados de la capital, 2005), sin hacer comentario alguno por razones obvias. Ahora bien, las poetas también se han adentrado en el tema  del amor entre las mujeres en sus diversas dimensiones: inquietudes amorosas,  deseo, soledad, pasión, silencio, pareja, marginalidad, goce,  la búsqueda de un universo simbólico y erótico propio en una sociedad profundamente  falocrática.  Es el caso de la poeta,  ensayista y exdirectora de la revista Quimera Ana Nuño (1957), radicada en Barcelona, España. Veamos los primeros y últimos versos de su “Sextina Lésbica” (del libro Sextinario, 1999), texto recogido en la antología de Pantin y Torres:

Tácticas, pero admitiendo el desorden.
Las palabras hechas a la medida
del rechazo, el cuerpo, todos sus cuerpos,
vestidos de día incluso de noche,
siempre dispuestas pero como al margen:
soberbias, desapercibidas, solas (619)

(…)

Orden, desorden reza la medida
de otros cuerpos. Los nuestros, en la noche,
son esta caricia: al margen, a solas (620).


Manon Kübler (1961) se ha dedicado al periodismo, al teatro y a los medios audiovisuales (Pantin, Torres 793). En su libro Olimpya (1992) se vale del poema  en prosa  para ubicar el amor lésbico en una atmósfera de extrañamiento, sin referencias espacio-temporales reconocibles en el presente. Es un amor asumido como intimidad absoluta, en los límites mismos de la vida pública y social:

la habitación gozaba del olor húmedo, apio, del mes de marzo. Ellas solían recogerse en un cómodo abrazo para colgar en redes la conversación. Se sabían extrañas, pasajeros ávidos equivocando el destino. Aquella  coincidencia que las juntaba valía más que la misión que otra vez y para siempre las separaría. Hacían de la tarde un escenario indescriptible. (…) (pág. 696).

Verónica Jaffé (1957) es editora, docente e investigadora en la Escuela de Idiomas de la Universidad Central de Venezuela, con un doctorado en la Universidad de Munich, Alemania. Ha publicado crítica literaria,  ensayo y poesía. Tanto en su libro El arte de la pérdida (1991), como en El largo viaje a casa (1994),  aparece el  tema del amor lésbico. El poema “Simple pregunta”, recogido en la antología Poesía en el espejo…, de Julio Miranda, pertenece al primero y, a diferencia de los textos citados de las otras poetas, su visión está más ligada  al  disfrute:

¿Sería tan absurdo insistir
y buscar
con los labios partidos
las piernas expuestas
dolor entrañable
en las vísceras tibias
de una noche paciente
convexa
cuando dos cuerpos se abran
voraces
serenos,
en el seno el sexo del otro,
buscar,
la encarnación
del placer absoluto? (236)

No es casualidad que estos textos no cuenten ni siquiera con veinte años de haber sido escritos y publicados. Sin duda la década de los ochenta diversificó las alternativas estéticas y los universos de la vida urbana y cotidiana centellearon en la literatura venezolana como nunca antes. Aunque la nación sigue siempre al acecho,  las poetas y narradoras se han abierto a audacias impensables hace treinta o cuarenta años. Todas las marchas y contramarchas políticas, literarias, sociales y económicas del siglo XX han tenido su espacio en Venezuela y esa suerte de desconcierto académico e ideológico que tomó el vago nombre de debate modernidad-postmodernidad sacudió muchas certezas y abrió espacios como, por ejemplo, el extraordinario auge de la poesía y la narrativa escritas por mujeres. Sin duda, las narradoras y poetas mencionadas en este apartado forman parte de una elite ilustrada de alcance social minoritario;  pero su aceptación dentro de la institución literaria venezolana y su formación intelectual y estética han permitido abrir una brecha dentro de la solidez de la lesbofobia venezolana  que, sin duda, constituye un logro a reseñar.


Terminaré este panorama con una muy merecida mención a la página “web” Amazonas de Venezuela (http://www.amazonasdevenezuela.org), dirigida por las jóvenes Jany Campos y Denis Orellana. Sin duda, el sentido de la literatura de esta página “web” no obedece a los altos estándares de calidad estética, autonomía del campo literario y formación intelectual de las poetas y narradoras mencionadas,  sino más bien a ese “derecho a narrar” del que habla Homi Bhabha como recurso frente a todas las exclusiones y totalitarismos políticos y sociales:




El gran atributo de la literatura consiste en dotar al lenguaje de la igualdad y de los derechos humanos del “derecho a la narrativa”: a contar historias que crean la red de la historia y que cambian la dirección en que ésta fluye. Pues la narrativa es a la vez discurso y acción, como lo afirmó Hannah Arendt en La Condición Humana, y es el medio a través del cual nos revelamos unos a otros. Cuando hablo de “derecho a narrar”, me refiero a todas esas formas de comportamiento creativo que nos permiten representar las vidas que llevamos, cuestionar las costumbres e ideales que nos llegan de la forma más natural y atrevernos a mantener las esperanzas y los temores más audaces sobre el futuro. El derecho a narrar puede habitar en una pincelada indecisa, entreverse en un gesto que fija un movimiento de danza o hacerse visible en un ángulo de cámara que paraliza el corazón (pág. 188).


Las mujeres que escriben para Amazonas… cuentos, poemas, breves historias de vida son bastante más numerosas que las pertenecientes a la institución literaria venezolana, y han visto la literatura como su modo de expresión preferente en una sociedad en que la lesbiana es invisible para otros discursos académicos y políticos. Apuestan a la posibilidad de la “auto-representación” en tanto una alternativa a su silenciamiento y cuestionamiento en el discurso de la psicología conservadora, la psiquiatría heterosexista,  la jurisprudencia heteronormativa, los medios de comunicación. Su manera de ver el lesbianismo, una condición que las define frente a la sociedad, puede ser discutible en relación al necesario debate  que han planteado autoras como Judit Butler -y, en general, la llamada teoría “queer”-,  sobre los riesgos de una identidad lesbiana preestablecida. No obstante, se trata de un primer paso necesario en un país con un activismo muy débil.  Las “páginas” virtuales de estas mujeres son necesarias como lo son las páginas de las escritoras de oficio, pues no cabe duda de que  el lesbianismo venezolano es asunto de pocas páginas, pocas páginas que en el siglo que empieza a correr envían un mensaje de radicalidad estética y apertura democrática a una sociedad conservadora atravesada por el fantasma y la realidad de la violencia, por la hipocresía y el silencio, por un falso igualitarismo que desprecia la diferencia; pocas páginas que evidencian en su marginalidad y escasa resonancia  las resquebrajaduras en el discurso de la inclusión ciudadana de los populismos de diverso pelaje; pocas páginas que sirven,  finalmente, de testimonio de un modo de vivir al que la sociedad venezolana apenas ahora esta empezando a admitir como efectivamente existente.


El ensayo de Gisela Kozak Rovero fue publicado en el libro Sabanagay, Carlos Colina (ed). Caracas: ALFA, 2009.pp.113-134.


(1) En Venezuela apenas hace pocos años se han empezado a discutir los derechos de las minorías sexuales. Como suele ocurrir en mi país, junto a los primeros balbuceos de organizaciones sociales en defensa de estos derechos han llegado también las propuestas políticas que los desestiman.  Dada las carencias de Venezuela,  su desastrosa relación con la noción misma de ley y de consenso social que trae como consecuencia la imposibilidad de un mínimo de reglas del juego, estimo la institucionalidad democrática como una verdadera conquista. Pensadores como Slavoj Žižek cuestionan el concepto mismo de derechos humanos y de institucionalidad democrática por considerarlos una farsa del capitalismo liberal triunfante (328), pero la experiencia histórica del siglo XX indica que sin esta “farsa” se instaura una verdadera cultura de la muerte como horizonte de la vida social: los fascismos de diverso pelaje, el comunismo, los fundamentalismos religiosos así lo indican.  Me inclino entonces por posiciones como las de Hannah Arendt  que revisa las paradojas inherentes al concepto de derechos humanos en el caso de los sectores excluidos de la sociedad, pero asume también la posibilidad de que estos sectores modifiquen su situación a través del poder como organización del colectivo y alternativa a la fuerza y a la violencia  (223).


(2) Y es que ni la llegada de la democracia en 1958 logró calmar nuestro “sentimiento redentor y jacobino” (Hernández 31). El silencio literario y político de la lesbiana continuó imperturbable durante esta coyuntura en la que el riesgo romántico del guerrillero, natural descendiente del montonero venezolano del siglo XIX, convivió con el desarrollo institucional, económico y político de la conflictiva democracia venezolana. Estamos hablando de una Venezuela que recién salía en 1958 de una dictadura militar, se urbanizaba aceleradamente, masificaba la educación, recibía grandes oleadas de inmigrantes, poseía un extraordinario crecimiento económico y gozaba de una de las pocas democracias de la región, más allá de los indudables defectos del sistema. De hecho, nuestro movimiento guerrillero fue el único –si no me equivoco-  que se levantó en los años sesenta contra un gobierno electo en comicios reconocidos como legítimos; otros movimientos se alzaron contra dictaduras militares. Este error ha sido ampliamente reconocido por los líderes guerrilleros de la época, entre ellos el fundador del partido el Movimiento al Socialismo y actual editor del diario Tal cual Teodoro Petkoff. Pero a pesar de este fracaso, la importante influencia intelectual de los  izquierdistas de los sesenta en Venezuela hasta el día de hoy ha reforzado y remachado el conservadurismo propio de la sociedad venezolana en lo que se refiere a la orientación sexual: la heterosexualidad continúan siendo la inclinación correcta y única del  ciudadano(na) modelo.


(3) Venezuela heroica (1881), de Eduardo Blanco -versión criolla de La Ilíada, de Homero-, Las lanzas coloradas (1931), de Arturo  Uslar Pietri, Pobre negro (1937), de Rómulo Gallegos,   País portátil (1968), de Adriano González León, Cuando quiero llorar no lloro (1970), de Miguel Otero Silva, Doña Inés contra el olvido (1992), de Ana Teresa Torres.


(4) Como dice el ensayista Miguel Ángel Campos: “La consecuencia más perdurable del igualitarismo no podía estar, obviamente, en el fortalecimiento de las relaciones comunitarias, ni en la sustentación del sentido de pueblo, ya que se trata de una actitud más que un valor, se origina en la reacción de unos grupos contra otros. Esa consecuencia pervive y crece en el debilitamiento del individualismo como conducta capaz de amparar elecciones tan variadas como la libertad, el arte, la soledad, el heroísmo, la disensión, todas ellas fuerzas antidemagógicas (…) (15).


(5) Los intelectuales y militantes de izquierda venezolanos de los sesenta  eran inequívocamente homofóbicos y lesbofóbicos, pues el mundo socialista –Cuba, China, la Unión Soviética- lo era en grado sumo, tal como  lo demuestran sus políticas oficiales, políticas que nos calificaban como una suerte de desechos de la sociedad burguesa, criaturas a las que habría que corregir o eliminar sin molestábamos demasiado. Y si bien la izquierda en otras latitudes,  a partir del fracaso de los sesenta y de la caída del mundo socialista, se recicló en los nuevos movimientos sociales e incluyó a las lesbianas y los homosexuales entre sus demandas, la izquierda venezolana ha sido profundamente conservadora con respecto al tema.


(6) De hecho el activista Osvaldo Reyes apoyó públicamente a Hugo Chávez por su proposición de la Asamblea Constituyente, apoyo que no fue reconocido: Reyes se lanzó como representante a la Asamblea, pero el auge del chavismo y la abstención opositora le entregaron la Asamblea Constituyente a los partidarios del gobierno.





(7) Es el equivalente venezolano de "tortillera" 





Tomado de:
PRODAVINCE.
• Actualidad
17 de marzo, 2010




BIOGRAFÍA




Gisela nació en Caracas, el 14/10/1963. Se graduó Lic. Letras-UCV y Magister en Literatura Latinoamericana-USB. Actualmente Gisela es profesora universitaria, columnista del diario Tal Cual  y colaboradora de diversas publicaciones inter y nac del diario Tal Cual. Gisela ha publicado: “Rebelión en el Caribe Hispánico. Urbes e historias más allá de boom y la postmodernidad”(1993); “La catástrofe imaginaria” (1998) También ha publicado “Pecados de la capital y otras historias” (2005); “Latidos de Caracas” (2006) y “En rojo” (2010)



¿Qué razón lo motiva a escribir?

La vida es tremendamente imperfecta  y afortunadamente inevitable


¿Para usted “escribir “ es una profesión o un hobby?

Es un oficio de vida


¿Qué es lo más difícil de ser escritor?

Ser escritora venezolana y vivir en una época en que la literatura ha perdido importancia social y cultural.


¿Qué le hizo saber que se dedicaría a ser escritor?

Escribir


¿Cuál es su género favorito para escribir?

Novela, cuento, artículo de opinión


¿Tiene alguna rutina para sentarse a escribir?

No


¿Tiene alguna musa de inspiración?

Varias, con nombre y apellido


¿Cuándo coloca el título?

Depende…


¿Cuál o cuáles autores lo inspiraron para escribir?

Si pudiera escribir como otro escritor, lo haría al estilo de alguno de estos: Marguerite Yourcenar, Lawrence Durrell, Joao Guimaraes Rosa, Teresa de la Parra, Cervantes, Walt  Whitman, Alejo Carpentier, Antonio Muñoz Molina, Elena Poniatowska, Giovanni Bocaccio, Mario Vargas Llosa, Isak Dinesen, Jesús Díaz, Olga Orozco, Sandor Marai, Quevedo, Ana Teresa Torres, Fernando Pessoa, Thomas Mann, Virginia Woolf, Sarah Waters.