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viernes, 23 de septiembre de 2016


EPISTOLARIO


EL POZO DE LA VIEJA INES

ALEJO CARPENTIER
(7 DE FEBRERO DE 1953)




EL ÁLBUM CULTURAL  LA CRÓNICA DEDICA LA PRESENTE EDICIÓN A SEIS DE LOS PRINCIPALES NOMBRES DE NUESTRAS ARTES ESCÉNICAS:


SOL SOSA
DIANA LABRADOR
LOLIMAR SUÁREZ
JAVIER RONDÓN
WOLFGANG GONZÁLEZ
RICARDO LUGO

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EDICIONES RECIENTES:




◘ EPISTOLARIO "En Reverón el Mito y el Mono" Juan Calzadilla. 



◘ EL"PORNO DE LOS REYESA ESPAÑOLES QUE RESGUARDA EL MUSEO DEL `PRADO 






LA CRÓNICA, UNA RED EN EL ENCUENTRO Y EL HUMANISMO.


 Editor y manejo de medios: HÉCTOR PIRELA ZAMBRANO


En encuentros literarios recientes, he hablado de la sensibilidad y la formación que tanta falta hacen para lograr publicaciones que honren simultáneamente la palabra y la imagen. Afortunada combinación ésa que se da en Héctor Enrique Pirela Zambrano. De esto podemos dar fe los lectores del Álbum Cultural La Crónica. Publicación quincenal, este álbum es un esfuerzo permanente de contenido y presentación.


Enrique Romero.



ALEJO CARPENTIER





EL POZO DE LA VIEJA INES



◘ Vamos a correr el telón y asomarnos por unos instantes al mundo de los títeres, a ese maravilloso y complicado mundo, tan antiguo como la misma humanidad. Los títeres vienen de muy lejos. Es perderse en el misterio pretender buscar su origen. Nacieron con la imaginación, y pertenecen a todos los tiempos y a todos los lugares de la tierra. Charles Nodier —quien fue un ferviente admirador de los títeres— se ha ocupado de ellos en varios artículos. Acerca de su origen escribió en la Revue de Paris: "Al no poder fijarse la época precisa de su nacimiento, puede decirse que el títere más antiguo es la primera muñeca puesta en las manos de un niño, y que el primer drama nace del monólogo, mejor dicho del diálogo que sostiene el niño y su muñeco.


JAVIER VILLAFAÑE.




"EL POZO DE LA VIEJA INES"


            ALEJO CARPENTIER



El teatro de titeres responde a una vieja necesidad espiritual del hombre. Los persas y los indúes tuvieron sus titeres, y también los javaneses, bajo la forma de primorosas figuras planas, hechas para animar un teatro de sombras -intuición asiática del cinematografo-. Y cuando la monja Hroswithya pensó en la posibilidad de un teatro cristiano, antes de que nacieran losv misterios del medio Medioevo, lo confió al arte de las marionetas... Hoy, a pesar de todas las posibilidades ofrecidas a la imaginación por el cine y los portentos de la tramoya moderna, Los escenariosw de titeres siguen teniendo un público fiel en el mundo entero. Cada tarde se alza, en parís, el telón del Guiñol Anatole, en los Campos Elíseos, para dar comienzo a la Farza del gendarme apaleado. En Amberes, al fondo de una sala próxim,a a los muelles del Escalda, se agitan los titeres de un teatro  con varios siglos de existencia, que aún animan gestas  de la andante caballería, con los personajes de Branciforte, Huon de Burdeos y el rey Arturo, ante un público de marineros, triscadores de pipa de barro. En Lyon, vociferan y gesticulan lo héroes del Guignol Lyonnais, encabezados poer el personaje tipico, local, de Ñafrón. Y en algún gran escenario de IOtalia, actúan, en gira muy pregonada, los aristócratas del género que son los piccoli de Vittorio Podrecca, que han dado ya varias veces la vuelta al mundo, cantando ópera de Mozart y partituras, especialmente escritas para ellos, de Ottorino Respighi...  




Anatole France, en La vida literaria, consagró páginas deliciosas a los títeres a propósito de un teatro que había montado  -si bien recuerdo- el poeta Maurice Bouchor, donde se representaban comedias de Aristófanes. Federico Garcia Lorca escribió piezas para titeres y Manuel de Falla, con El retablo de Maese Pedro, los llevó al escenario lírico. El títere es tan viejo como las más viejas literaturas humanas. por lo mismo, sus escenarios son algo así como los conservatorios de la gran farsa universal; el lugar donde ciertos mecanismos perennes de la  comicidad funcionan siempre en su tiempo, haciendolo perdurar una serie de antiquísimas tradiciones que nos vienen desde Grecia,desde los charlatanes y juglares del foro romano, a través de la Commedia dell´ Arte italiana y de las Tabarinadas del Pont-Neuf, sin olvidar los espectaculos montados, en todas las ferias de Europa, por los sacamuelas ambulantes y los vendedores de la piedra bezar y el elixir de Orvieto.





ELIXIR DE ORVIETO Y LA PIEDRA BEZAR. MUCHOS CRÍAN EN EL VIENTRE PIEDRAS VERACES QUE FRAGUAN YERBAS MUY CORDIALES Y EXPULSIVAS DE TODO VENENO. LOS MÉDICOS USABAN SU INFUSIÓN PARA MALES DEL CORAZÓN.




LA COMEDIA DELL´ ARTE ITALIANA Y DE LAS TABARINADAS DEL PONNT-NEUF.



Pensaba yo en esto, la otra tarde, regocijándome con el espectáculo de muñecos de Fredy Reyna, que ha creado con su esposa Lolita, un autentico teatro de marionetas venezolanas, donde Juan Bimba, María Moñito, la vieja Ines, el Jefe Civil, el vendedor de escobas, la chiva el ganso animan una fiesta deliciosa por su movimiento y su gracia. Y dentro de ella -esto es lo maravilloso-, a pesar del criollismo de los personajes, del decorado y del texto, volvemos a encontrar los eternos principios de la farza universal, con su inacabable eficiencia cómica. Cuando el ladrón disfrazado de Vieja Ines asesta el escobero "doce palos y uno de ñapa", nos reimos como nos reiremmos siempre del gendarme apaleado del Guiñol Anatole de Paris -como nos reiríamos de los bastonazos dados por Scapin de Moliére al vejete escondido dentro de un saco -. Y cuando pregunta Juan Bimba a los niños si el ladrón está bien muerto o finge estar muerto, cien voces contestan, angustiadas: 


-¡Vivo! `Cuidado! ¡Esta vivo!...


Y lo mejor del caso es que si los adultos no gritan los mismo que los niños, es por aquello del -¿que dirán?-. Porque ganas de ello no les faltan -ni me faltaban a mí, la otra tarde- ante la acción movidísima de esa autentica farsa venezolanaque es El pozo de la Vieja Ines, de Fredy Reyna.


RECORDAMOS A JAVIER VILLAFAÑE






EPISTOLARIO






domingo, 18 de septiembre de 2016

EPISTOLARIO
"En Reverón el Mito y el Mono". 




JUAN CALZADILLA: LA COMPRESIÓN DEL ARTE COMO POÉTICA.

Camilo Morón





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ARMANDO REVERÓN







JUAN CALZADILLA: LA COMPRESIÓN DEL ARTE COMO POÉTICA.






Ocurre que ocasionalmente los caminos se encuentran, lo que no suele ocurrir tan frecuentemente es que se encuentren los reflejos. La obra de Juan Calzadilla es plural, generosa, y ha seguido rumbos que para los ojos no habituados a los paisajes inagotables, pueden resultar contradictorios o, cuanto menos, divergentes. En la tienda de libros usados del recordado J. Santos di por pura casualidad con un libro desnudo, como si le hubiesen arrancado la piel al quitársele la portada, un libro de páginas amarillas, de bordes roídos por la humedad, el tiempo, los grillos y los ratones andinos... Entonces, al abrirlo, me enteré con sobresalto de que Juan Calzadilla, el atinado crítico de arte, el historiador escrupuloso, el ensayista de prosa amonedada, me enteré entonces, enfatizo, de que era Poeta. Y fue un descubrimiento como si un rayo cayese de un cielo despejado. Pero este era un secreto a voces: lo sabían los abogados que trasnochaban madrigales, los contados estudiantes de medicina con una pátina superficial de lecturas ajenas a sus gruesos y espantosos volúmenes de anatomía, los hongueros entusiastas de la bohemia merideña, los artistas en ciernes y los artistas consagrados. Y sobre todo lo sabían mis profesores, quienes le habían conocido en los años de la juventud en que quería tomar por asalto el cielo, en los años de las décadas prodigiosas de los 60 y 70.






Estas líneas están pensadas para los poetas que desconocen que Juan Calzadilla es historiador. Espigaré en este campo algunos pasajes que ilustren al Calzadilla que entonces conocí y a quien el descubrimiento de aquel libro despellejado casi me lo pinta infinito. En Reverón, el Mito y el Mono, escribe Juan —me permito la confianza porque un poeta debe ser considerado antes que nada como un amigo, y un historiador y crítico de arte como un amigo un poco más severo—: “De algún modo se hubiera podido pensar que más que un pintor Reverón era un gran actor. Era ante todo un hombre de teatro, conforme nos lo presentaba la leyenda y, mejor aun, esa existencia real que las monografías inútilmente se empeñan en aclarar. En principio, observamos la farsa que él ha montado alrededor suyo, en medio de la espuma del mar que baña sus barbas, mientras trata de aproximarse a sí mismo construyendo su caparazón de caracol para escapar a los charlatanes, los turistas y los comerciantes de cuadros, de cuya presencia, sin embargo, no podrá librarse jamás su miseria. Se respira en torno un aire de tragedia, a donde ha venido a dar ese inofensivo juego de duendes que comenzó cuando Reverón era un niño y jugaba con los pomos de maquillaje de su madre neurótica, que era también actriz fracasada. Encontramos el humor propio del comediante y, por sobre todo, la voluntad de restituir el mundo a su origen, que es la actitud firme del que decide ser protagonista de su obra, aunque se sacrifique a ella en una impersonalidad que en Reverón se funde con la claridad soberana del mar”. Con trazo ágil e impresionista pinta el universo imaginario y hermético que el artista ha elegido como morada; una mirada sobre la sociedad burguesa muerde con ironía. El crítico se hace cómplice de la farsa y su mirada expectante se conjuga con la puesta en escena, decodificándola.




Y más adelante, haciendo cita de la referencia, leemos: “Contramaestre imagina a Reverón como ese gentleman que en su poema dispone de un yate privado para ir los domingos ‘a tomar el aire de las gaviotas’. Reverón es asediado por las bellas visitantes del Macuto Sheraton que le piden autógrafos, mientras él, con aire fingidamente huraño, como si estuviese representando, sin quitarse las gafas, da los últimos toques a un paisaje submarino, vendido de antemano. Frente a cada gesto del pintor deberá oírse el consabido coro de ‘¡oh!’ de las bañistas que admiran en él menos el cuadro que está pintando que el torso de Burt Lancaster (es el actor elegido en este momento para la reconstrucción histórica del pintor). Frente a esos ademanes sueltos sólo faltaría la cámara de TV, porque en el fondo (Contramaestre lo deja entrever) Reverón hubiese podido ser un animador genial”. El hipotético ensayo de Carlos Contramaestre de convertir en héroe de la farándula a “un miserable pintor para poner de acuerdo la fama de su obra con las tristes peripecias de su vida descalabrada” —Armando Reverón. El Hombre Mono—, es dispuesto como un barroco juego de espejos en el que Calzadilla, cual Velázquez en unas Meninas modernas y tropicales, dispone el decorado y la trama: en primer plano, una imagen desplazada de Reverón desde su miseria original a los panteones de una fama ornamental, ceremoniosa y acartonada; en segundo plano, el juez y guía de la sociedad de masas: la TV, sacerdotisa de la cultura del espectáculo, omnímoda, omnipresente, omnipotente; y, finalmente, todos nosotros, espectadores de un show de Renny Ottolina ahistórico e intemporal.




Juan, reincidente de la vigilia y visitante desde el ensueño, volverá, con el paso de tiempo, una y otra vez, a la casa de Reverón. En Castillete, un protagonista silencioso, escribe: “Los restos de la estructura arquitectónica desarrollada por Armando Reverón para vivir y crear en una morada cosida al cuerpo, según las necesidades de su desplazamiento frente al lienzo y la vida, constituyen hoy [1997] un hito de nuestro patrimonio cultural. La casa de Macuto donde resultara la eclosión de esta obra fundamental es la representación objetivada del mundo interior del artista... Concebido en principio como vivienda y taller, el Castillete de Macuto transcendió esas meras formulaciones vitales para convertirse con el tiempo en la representación física del universo de Armando Reverón. Testamento, morada y reino de su utopía, albergue de sus múltiples objetos, circo para el juego y plataforma teatral, el Castillete recupera para nosotros la imagen de una arquitectura orgánica desde cuyo ámbito solar la obra del artista concentra e irradia hacia el exterior la energía que le comunica una sabia, constante y metódica interacción con la naturaleza”. Y páginas más adelante, precisa en un juego de reiteraciones: “Reverón se movió en este espacio como si su casa fuera de la naturaleza. El Castillete en pleno era para él parte de la naturaleza. Pues no establecía límites entre él y lo que lo rodeaba. Lo que rodeaba, la naturaleza, era también parte de él. Y se esforzaba en comprenderla”.



II
Decía Wilde que una manera de vencer sobre la tentación es sucumbir a ella. Venzo la tentación que supone para mí escribir sobre el momento en que supe que Juan Calzadilla era poeta y hablo de aquel libro desollado: Ciudadano sin fin es un libro dos veranos mayor que yo, fue publicado por Monte Ávila en 1970; es una antología que reúne poemas de Dictado con la jauría (1962), Malos modales (1965), Las contradicciones naturales (1967) y Ciudadano sin fin (1969). En la misma tienda de libros usados encontré suelta la contraportada donde leo: “Fue una poesía donde la palabra quiso ella misma testimoniar sobre la violencia social encarnándola en las condiciones en que el creador aceptó el reto de la realidad para hacerla objeto de su lenguaje primordial. Escrita casi siempre en forma de monólogo, en primera persona, la poesía de Calzadilla describe acciones absurdas e irreversibles atribuidas a un personaje mítico, oscuro, sin papel en la sociedad, el ciudadano sin fin del título del libro, sujeto alienado por sus relaciones monstruosas con la ciudad, privado de convivencia y destino”.




El ciudadano sin fin de lo cotidiano, ficha anónima, peón en el ajedrez urbano, es pintado en una galería de retratos sin rostros: “diariamente soy empujado a ser otro / y el papel me va bien / Los modales de reptil con que cubro las apariencias abruman la soledad de mis trajes desmedidos, arruinan el efecto de mis máscaras”. En Los métodos necesarios: “las costumbres han hecho de mí un ser abominable / impaciente, aguardo todo el día como un funcionario privado del sueño a quien se le obliga a permanecer amarrado eternamente a su silla”. Y allí, en ese retrato erosionado por la rutina, florece la violencia: “...me reconozco en mi córnea de salamandra furiosa / me reconozco en la selva urbana que me propone una máscara / para dar los buenos días desde una claraboya demasiado alta / me reconozco en la oscuridad donde dejo de verme y en medio de mi alegría cifrada por los despojos de miseria que apuñala mi ojo”.


Por las noticias que nos da este libro, al mismo tiempo que nos enteramos de que Calzadilla fue uno de los miembros fundadores de El Techo de la Ballena, se nos descubre que nació en Altagracia de Orituco; y este dato aparentemente vano, es clave: explica el deambular de Juan por Venezuela como si estuviese a la caza de una casa. Su silueta delgada se le ha visto llevada por los vientos en La Vela de Coro, proyectar su sombra puntual en mitad de los rigores solares de Curiana, la antañona Santa Ana de Coro. Los cabellos de otoño y plata riman con el perfil de la Cordillera Andina, la plaza Bolívar de Mérida atestigua su peregrinar bohemio en el frío purpura de la noche constelada.




Fue en Mérida donde firmamos un Manifiesto que Calzadilla nos propuso en defensa de la poesía como expresión de la condición humana, “...de lo que se trata ahora es de encontrar poetas que sepan decir presente, poetas que deseen juntarse al resto de los mortales para luchar por sus causas...”.


ACTA DE MATRIMONIO


El nacimiento en un pueblo también explica —o cuanto menos ayuda a entender— un rasgo constante en los poemas reunidos en Ciudadano sin fin: un como antagonismo ante la ciudad. La ciudad es un leviatán: “como Jonás lleno de incertidumbre / moré en el vientre de la cuidad / esto sucedió una vez y siempre / en las cuatro estaciones de mi vida”. En Vivo a diario, la ciudad se perfila como el apetito insatisfecho de una deidad pagana: “...y río primero sin llegar a ser el último / y río de último siendo el primero / río de miedo-pánico y de hambre canina cuando la ciudad hace la digestión de sus víctimas / que sueñan sin poder dormir / y que duermen sin poder soñar”. En Ciudad sola: “Al llegar, el viajero busca alojarse en el más antiguo hotel, sin siquiera percatarse de que la ciudad fue abandonada desde hace mucho tiempo. Y es que esa impresión de ruina y soledad que descubre por todas partes resulta apenas comparable con su tristeza de visitante”. Una ciudad abandonada en la que “el viajero ha tomado la determinación de instalarse”. Pero la ciudad es acechada desde sus entrañas por este ciudadano infinito: “Espléndida ciudad bendice las alcantarillas / y las cicatrices de tus muertos acércame el cuchillo / soy reo que empuja una piedra de centella / demasiado grande hacia el borde inalcanzable de un abismo / y espero que ésta no sea mi única oportunidad / y espero que ésta no sea mi última oportunidad”.






Desde aquellos días en que la juventud quería tomar el cielo por asalto y el ciudadano sin fin acechaba desde las entrañas de la ciudad caníbal, han transcurrido muchos desvelos y muchos sueños; aquellos sueños de los que el poeta, crítico e historiador del arte, Juan Calzadilla escribiera en Dualidades: “Si duermo ya no soy culpable, excepto excepto si sueño".




En encuentros literarios recientes, he hablado de la sensibilidad y la formación que tanta falta hacen para lograr publicaciones que honren simultáneamente la palabra y la imagen. Afortunada combinación ésa que se da en Héctor Enrique Pirela Zambrano. De esto podemos dar fe los lectores del Álbum Cultural La Crónica. Publicación quincenal, este álbun es un esfuerzo permanente de contenido y presentación.



Enrique Romero.



LA CRÓNICA, UNA RED EN EL ENCUENTRO Y EL HUMANISMO.


Editor y manejo de medios: Héctor Pirela Zambrano.


EPISTOLARIO




domingo, 11 de septiembre de 2016

EPISTOLARIO


UN VENEZOLANO AMIGO DE PROUST


Por ALEJO CARPENTIER




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ALEJO CARPENTIER





UN VENEZOLANO AMIGO DE PROUST


REYNALDO HAHN EN SU BIBLIOTECA-ESTUDIO



◘ Por una nota publicada en esta misma página, supe de la colocación de una placa en la fachada de la casa donde vivió Reynaldo Hahn en los últimos años de su vida. y aunque el autor de las Canciones grises hubiera conservado muy pocos contactos con nuestro continente, volviéndose el más frances de los compositores, hay ciertos rasgos curiosos que señalar en la vida de aquel que llegara a ser director de la Opera de Paris.


El Maestro Reynaldo Hahn en su estudio



Reynaldo Hahn nació en Puerto cabello. Muy joven se vio llevado a París por sus padres, y luego de estudiar en el Consevatorio, fue natural que no pensara en regresar a un mundo donde la vida musical, particularmente, tenía muy poco que ofrecer a un compositor de elevados empeños. Sin embargo, el músico fue tardo en renunciar a su nacionalidad, adoptando la francesa pasados los treinta y tres años. Y lo cierto es que lo hispánico palpitaba secretamente bajo su obra de tendencias cosmopolitas, llevándole a consagrar sus últimas energias a la composición de una opera -su mejor partitura- sobre la comedia de Moratín, El sí de las niñas. Yo me empeño en ver también alguna añoranza de su niñez en su primera ópera, compuesta sobre la novela de Loti,Rarabu -que en su tiempo obtuvo un éxito considerable en Europa, abriendo la era de los amores exóticos en la novela-: añoranza que se manifiesta en una acción situada a orillas del mar, en una isla de la Polinesia que se asemeja sorprendentemente, por la forma de las montañas, el color del mar, los cocoteros, a ciertos rincones de la costa venezolana. No lejos de Puerto Cabello, precisamente, hay lugares que parecen haber sido copiados por el `pintor encargado de hacer las decoraciones de la ópera de Reynaldo Hahn -y que tal vez conociera por fotografías-.





Era Reynaldo Hahn -de la única manera que pudieron verlo los hombres de mi generación- un hombre de tez extremadamente pálida, sumamente cuidadoso en el vestir. De su amistad íntima con Marcel Proust había conservado un tipo de elegancia "comienzos del siglo", muy preocupada de los chalecos, las levitas ceñidas, el calzado pequeño, para la cual todo color claro, en la indumentaria, era signo indudable de "restacuerismo". Hacia el año de 1930, cuando tuve oportunidad de verlo algunas veceas en en cierta residencia de Neuilly, que había sido la casa de Benjamín Franklin en los días  de su embajada cerca de Luis XVI, era Reynaldo Hahn un hombre sacado del ámbito de los Guermantes de Marcewl Proust, y es evidente que el genial novelista tomó algunos rasgos del venezolano para crear su personaje de Vinteuil, el compositor. Por lo demás, el autor de "El mercader" de Venecia no había olvidado el castellano, y lo hablaba con marcado acento criollo. A veces decía, con un suspiro: "Debo decidirme algún día a hacer un viaje a Caracas". 





Por lo demás, su obra -fuera de la elección de ciertos asuntos, de ciertos poemas- pertenece por entero a la tradición francesa. No sería desacertado decir que es vecina de la Duparc, tiene mucho de Massenet y, aunque Reynaldo Hahn quiso alzarse sobre el nivel de este último, usando un lenguaje más moderno, no alcanzó nunca la originalidad profunda del Debussy joven.... Nos queda un rasgo de él para la anecdótica americana: fue el único venezolano, que siéndolo aún por no haber renunciado a su nacionalidad, fue intimo amigo de Marcel Proust.-


Alejo Carpentier Visión de Venezuela.
Edición especial. Monte Ávila editores latinoamerica. 





 Tumba de Reynaldo Hahn



LA CRÓNICA, UNA RED EN EL ENCUENTRO Y EL HUMANISMO.


Editor: Héctor Pirela Zambrano.
Manejo de medios: Scheherezade Pirela Montiel.


En encuentros literarios recientes, he hablado de la sensibilidad y la formación que tanta falta hacen para lograr publicaciones que honren simultáneamente la palabra y la imagen. Afortunada combinación ésa que se da en Héctor Enrique Pirela Zambrano. De esto podemos dar fe los lectores del Álbum Cultural La Crónica. Publicación quincenal, este álbun es un esfuerzo permanente de contenido y presentación.



Enrique Romero.



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