◘ Sociólogo (LUZ, 1987), profesor universitario y escritor (ensayista, narrador), con residencia en el Zulia desde su niñez, caracterizado por su agudeza crítica y conceptual sobre la problemática literaria. Ha obtenido el premio de ensayo de la I Bienal Nacional de Literatura Mariano Picón Salas (1991), con La imaginación atrofiada y el premio Fundarte, mención ensayo literario (1994), con Las novedades del petróleo. Ha sido director-fundador de la revista Dominios, órgano de la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt, donde se desempeñó como docente y coordinador de cultura. Profesor de la Universidad del Zulia en la Escuela de Comunicación Social y director de la Revista de Literatura Hispanoamericana, en su segunda época, así como colaborador de Imagen y de otros periódicos y revistas del país. Se le otorgó el premio Regional de Literatura mención ensayo (1997), pero lo rechazó. ´Fue miembro de redacción del suplemento “Signos en rotación” del diario La Verdad. Estuvo a su cargo la selección, estudio preliminar y notas del libro Ensayos Escogidos, de Mario Briceño Iragorry, con motivo del centenario de su nacimiento (1997); participó en el libro colectivo El teatro Baralt y la ciudad (1998) con motivo de su reapertura.
Obra publicada: Tonos (1987); La Imaginación Atrofiada (1992); Andrés Mariño Palacio y el Grupo Contrapunto (1993); Las Novedades del Petróleo (1994); La ciudad velada (2001); Desagravio del mal (2005); La fe de los traidores (2005); Incredulidad (2009).entre otros.
De izquierda a derecha: Victor Vielma, profesor, ensayista y poeta; Dr. Jorge Garcia Tamayo, autor de textos cientificos, y novelista; Miguel Ángel Campos, sociólogo, y (ensayista narrador); María Antonieta Flores, profesora universitaria, ensayista, y poeta; Miguel Marcotrigiano, profesor, critico literario, ensayista, y poeta.
OPINION.
MIGUEL ÁNGEL CAMPOS Y EL ARTE DE PREPUBLICAR
FRANCISCO JAVIER PÉREZ.
La altura de su quehacer reflexivo ha gestado una forma divulgativa rara por inteligente: la prepublicación.
Ofrecimiento paulatino de sus intervenciones públicas o primeras señas de imprenta de sus escritos, Miguel Ángel Campos ha cosechado y cosecha un modo de mostrar su trabajo que hoy en día, cuando los escritores están tan pagados de su valía y tan urgidos de ver su nombre en letras brillantes sobre las tapas de libros con menos brillo, resulta singular y encomiable. Este maestro del ensayo ha escogido un primer destino para sus producciones, que no es otro que hacer reducidos tirajes individuales de sus textos para circularlos como andadura inaugural. Modestos en factura material, vienen acompañados del encantador refinamiento de las cartulinas escogidas, de las tipografías seleccionadas y de las viñetas e ilustraciones con las que estas ediciones se adornan. Separatas de libros que vendrán y no al revés, el autor las prodiga entre sus amigos y allegados como gesto de respeto por las distintas reuniones académicas y científicas a las que es invitado y como ejercicio de confrontación de ideas y pareceres entre colegas y estudiosos.

Los maestros Miguel Ángel Campos y Alfredo Chacón.
Hijas de ese refinado arte de la folletería que fructificó durante el siglo XIX y buena parte del XX, hoy perdido gracias a la petulancia de los autores y al fomento de estirpes editoriales engreídas por sus grandes empaques, las colecciones de folletos guardan (ocultan) con celo inclemente algunas de nuestras grandes creaciones mentales de otro tiempo. Nacidas cuando publicar era asunto exclusivo y oneroso (tan distante de la publicadera facilonga del presente; caución de librería), los escritores de folletos cuidaban al extremo sus producciones, considerándolas como ediciones definitivas de muchas de ellas. El fetichismo del libro no existía y se cuidaba mucho la pequeña publicación pues ella vendría a ser, en definitiva, el único soporte en el que se propagarían, de mano en mano, esos escritos; en absoluto menores y nunca preliminares. La edición de separatas de artículos publicados previamente en revistas, hoy ya también una rareza, se asumía formando parte de esta valiosa tradición.
Las academias son actualmente de las poquísimas instituciones que siguen cultivando esta ruta editorial, al imprimir previos de los discursos y las intervenciones que se leen en sus honorables recintos. Memoria del pormenor de una actividad del pensar complejo y necesario, Campos la ha madurado y la ha personalizado como nadie, la ha acercado al oficio estético de editar y la ha prestigiado con textos que son referencia crucial de los rumbos complejos de su pensamiento. Armonizan con una gestión del trabajo intelectual que no sabe de loanzas críticas, de boatos publicitarios o de reputaciones fraguadas. Títulos de su autoría y evidencia de la dignidad de estas prepublicaciones serían: Cosmopolitis- mo y tradición: el ensayo venezolano (1940-1960) , Desagravio del mal (primera confrontación del que será después libro de título idéntico bajo el sello de la Fundación Bigott), La literatura cruel y, el más reciente, Gregarios e impunes (De cómo desea- mos el petróleo) .
Un arte de editar y divulgar que Miguel Ángel Campos ha redescubierto y embellecido.
"EL PAÍS LE TIENE MIEDO AL MEA CULPA"
Miguel Ángel Campos.
El ensayista dice que el venezolano ve el trabajo como un peso. “Quiere que lo ascienda sin haber hecho grandes esfuerzos”, ejemplifica.
José Ignacio Cabrujas habló sobre la viveza criolla en una conferencia en el Ateneo de Caracas en 1995. Se preguntaba -estupefacto- cómo podía catalogarse de viva una sociedad que había despilfarrado una de las más colosales fortunas por la renta petrolera y, sin embargo, vivía sumida en una crisis permanente.
Una de las críticas más duras de Cabrujas se relaciona con la distorsionada cultura del trabajo del venezolano. “En Venezuela se paga mal, la relación entre salario y trabajo es caótica, es artificial. No hay una imagen del logro del trabajo, porque en Venezuela no hay imagen de riqueza, porque en los ricos, que podrían ser un paradigma de la imagen del trabajo como lo fue Ford para los americanos, no existe. El venezolano no tiene imagen del bienestar”, espetaba.
El profesor jubilado de la Facultad de Humanidades y Educación, Miguel Ángel Campos, dice que el país necesita una reflexión que va más allá de ver la situación política, fuera de su condicionamiento forense.
Desde las “profecías” de Úslar Pietri hasta las de Cabrujas sobre la viveza, se ha entronizado este mal que ha impedido una verdadera formación de ciudadanos. ¿Por qué?
El mal de la viveza para mí es la caracterización más estable del tipo medio del venezolano que tenemos a la mano. Desde 1958 hasta hoy se profundizó un acuerdo no ligado al Estado de derecho, y la sociedad espera todo del Estado porque tiene fe en un origen incierto en la representación, que cumplirá tarde o temprano. Esa fe viene del hecho de que el Estado administra la riqueza social y nunca se discutió en Venezuela su autoridad.
¿Cuándo inició el arraigo por la viveza?
El venezolano sintió que dejó de ser la estrella del continente cuando la expectativa del bienestar no le llegó. Pensó que era un cuento, esa idea de que somos especiales, que tenemos lo mejor, que tenemos un origen noble, abierto, igualitario, de intercambio y que eso nos hacía diferentes. A fin de cuentas, entendió el autoengaño. De alguna manera, se reencontró con sus taras, he allí la abierta descomposición social de hoy -que va en la pérdida absoluta de la solidaridad, pasando por la violencia, la criminalidad-. Su tolerancia al crimen, por ejemplo, tiene que ver con que descubrió su verdadera constitución: es artero, taciturno, violento.
Siempre se apela en el discurso público a las virtudes del venezolano, nunca se admite un defecto como la viveza…
Hay un paradigma de un país totalmente falso, un cierto nacionalismo que construyó elculto a una venezolanidad adornada de supuestas virtudes que simplemente funcionan como proclama retórica: que si es solidario, no es racista, es demócrata, comparte el pan. Es una definición de la venezolanidad que no tiene asidero. Nadie dice que es violento, por ejemplo, y sin embargo, hay 60 homicidios por cada 100 mil habitantes. El mejor consejo es desconfiar de las definiciones previas de ese nacionalismo y no temer al qué dirán cuando tengas que hacer juicios duros y estigmatizar. Los Gobernantes no están interesados en señalar los vicios de la sociedad, por considerarlo inconveniente. ¿Podemos imaginar a un Gobernante exigir sacrificios al pueblo? No, porque no sacaría ni un voto. Y el país le tiene miedo al mea culpa.
¿Por qué el venezolano siente al trabajo como un peso y no como una vía de superación?
El venezolano entiende el trabajo como un peso que agobia, que engendra tristeza, desencanto. La idea de trabajo que introduce la industria petrolera es distinta y ha debido contrastar aquel otro imaginario, agrario, gamonal, rural, de subordinación. Desde los empleados públicos hasta la empresa privada se da la misma concepción. ¿Por qué el venezolano no concibió el trabajo como un instrumento de emancipación? Porque tú trabajas 30 años en Venezuela y no tienes casa, sigues siendo pobre, estás endeudado. Ahí hay una explicación: no puedes amar algo que nunca te liberó.
¿Por eso busca las salidas cortoplacistas?
Querer tomar el camino corto, nos llevó a un abismo. Fíjate en el caso del empresariado venezolano: quiere invertir en la mañana y recuperar el capital en la tarde. El empleado venezolano quiere que lo ascienda sin haber hecho grandes esfuerzos, porque la cosa laboral está tutelada. El esfuerzo personal no se ve recompensado en una sociedad urgente, donde los méritos se ponen a un lado. Recuérdese aquella frase que decía que en Venezuela nada quita ni da honra.
¿Al venezolano no le gusta trabajar?
El trabajo está asociado estrictamente con un salario. Ese sentimiento hacia el trabajo se acentúa como humillante, doloroso y fortalece un espíritu de resentimiento en toda la sociedad, que no logró mediante la educación y profesionalización ascender en la escala social. Eso era posible en Venezuela hasta hace 30 años, tener un título universitario determinaba que ibas a impactar en el medio económico. Hoy a la gente se le dice que tienes que ser doctor para que te reconozcan. Hay un contrasentido.
Miguel Ángel Campos con Antonio López Ortega. Bienal Mariano Picon Salas.
Vía LUZDN
Johandry Hernádez.
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